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Ante los furiosos arrebatos de Trump…

El “Siglo Americano” y la creencia en el excepcionalismo norteamericano se tambalean.

De Corea del Norte al Oriente Próximo, a Venezuela, Cuba, China, Rusia, Yemen, Siria, Irak o Yemen, la política exterior de Estados Unidos oscila entre el fracaso, la inseguridad y la incertidumbre.
La duda y la desconfianza en la capacidad de Donald Trump también permean en países que tradicionalmente han sido aliados confiables de Estados Unidos, como Canadá, Alemania, Gran Bretaña, Francia o México, a los que Trump ve como competidores o vecinos incómodos.
Ante tanto tropiezo, el viejo debate sobre la vigencia del llamado ‘siglo americano’ ha resurgido. Algunos historiadores dicen que continúa vigente y que declararlo finiquitado sería un grave error.
Otros han escrito que creer que los paradigmas inventados a mitades del siglo XX podrían aplicarse a la realidad multipolar actual es claramente absurdo.
También hay quienes señalan que el concepto y el eslogan que cobijan la centuria americana hace ya mucho tiempo perdieron su vigencia, y celebran su fallecimiento.
La idea de que el siglo XX pertenecería cultural, económica y militarmente a Estados Unidos surgió en febrero de 1941, cuando el empresario periodístico Henry Luce, propietario de las revistas Time, Forbes y Life, y redactor en jefe de las tres publicaciones, acuñó el término en un ensayo publicado en Time.
Luce abogaba por poner fin al aislacionismo que inmovilizaba al pueblo norteamericano a principios de la Segunda Guerra Mundial y lo instaba a liderar la batalla militar contra la Alemania nazi y sus aliados. También apostaba a que una vez ganada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos dictaría los términos del sistema económico global, desarrollaría las herramientas tecnológicas y artísticas para revolucionar el mundo de la ciencia y la cultura y cimentaría la hegemonía militar norteamericana.
Aunque el llamamiento de Luce fue una arenga encomiable y su predicción del futuro, lúcida, no vaya usted a pensar que el empresario era un ilustrado y desinteresado franciscano. Sus opiniones frecuentemente eran contradictorias y a menudo expresaban tendencias fascistas y nazis.
Su visión del ‘siglo americano’ era la de un hombre de negocios con ambiciones globales y un convencido de que Estados Unidos era un país excepcional.
Un concepto que se remonta a los orígenes del país. En 1630, los puritanos emprendieron el viaje de Inglaterra a Massachusetts convencidos de que construirán una ‘ciudad en la colina’ que sería el modelo por seguir en todo el mundo. En 1776, Thomas Paine describió su país como ‘el faro de libertad para el resto del mundo’. En 1914, el presidente Woodrow Wilson dijo: “Lo que hace único a Estados Unidos es su deber de esparcir la libertad por todo el mundo”. En 1961, John F. Kennedy declaraba que a los norteamericanos, más que al resto del mundo, les correspondía preservar la libertad en el mundo.
La prepotente visión se deteriora con la guerra de Vietnam y el escándalo de Watergate. En 1975, escribe el sociólogo Daniel Bell: “La creencia en el excepcionalismo americano se ha desvanecido con el fin del imperio, el debilitamiento del poder y la pérdida de fe en el futuro de la nación”.
El consenso actual es que la Pax Americana y el orden internacional –creado por EE. UU. hace 70 años–, el ‘siglo americano’ y la creencia en el excepcionalismo norteamericano han llegado a su fin.
El profesor de Harvard Joseph Nye argumenta que es prematuro hablar de un mundo postamericano y si bien la hegemonía americana ha sufrido descalabros, todavía no ha surgido otro país capaz de asumirla, y asegura que en el siglo XXI Estados Unidos seguirá ocupando un lugar central en el sistema internacional.
Coincido con Nye, y añado que así seguirá a pesar del caos que han provocado los furiosos arrebatos de Trump.
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