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A Sergio Ramírez en su exilio

El nicaragüense se suma a la lista de escritores obligados por la dictadura a abandonar su patria.

Sergio Muñoz Bata
El exilio es una experiencia intensamente personal. Es destierro, pérdida, expulsión, aunque también puede ser redención. A lo largo de los siglos, es incontable el número de escritores que lo han tenido que soportar: Aristóteles, Ovidio, Cicerón, Séneca, Dante, Voltaire, Lord Byron, Karl Mark, Victor Hugo, Sigmund Freud y Thomas Mann son algunos de los escritores que ocupan el panteón al que ahora ha llegado el nicaragüense Sergio Ramírez.
En sus momentos más oscuros, Ovidio llegó a pensar que el exilio era la muerte. Con el tiempo, la serena reflexión lo convenció de que la separación física no era un obstáculo infranqueable, "porque la mente puede ir donde quiera". Poco se sabe del porqué de su expulsión al puerto de Constanza, en el mar Negro, pero 2.000 años después la ciudad de Roma revocó el arbitrario castigo y reconoció "el derecho fundamental de los artistas a expresarse libremente en las sociedades en las que, en todo el mundo, la libertad de expresión se ve cada día más limitada".
En 1938, la Gestapo giró una orden de aprehensión contra Thomas Mann para internarlo en el campo de concentración de Dachau. Mann optó por exiliarse de su entrañable patria y por enfrentar al dictador directamente y sin balbuceos: "Es difícil vivir en el exilio. Lo que lo facilita es darme cuenta de que la atmósfera envenenada está en Alemania. No es una pérdida porque donde yo estoy está Alemania. Llevo en mí la cultura alemana. Tengo contacto con el mundo y no me considero caído".
Cuando Napoleón III, el famoso "sobrino de su tío", abolió el sistema democrático de gobierno en Francia, Victor Hugo lo acusó de ser "traidor a la patria". Un acto de valentía que le costó un exilio que empezó en Bruselas y terminó en Guernsey, una pequeña isla británica en el canal de la Mancha. Ahí escribió su obra maestra, Los miserables, y vivió lo que, sin duda, fue el período más fructífero de su carrera de escritor, un exilio que él describió como "un gozo".
Hoy, el nicaragüense Sergio Ramírez se suma a la lista de escritores injustamente obligados a abandonar su patria. Y esta no es la primera vez que tiene que abandonar su tierra. En 1979, la dictadura anterior a la de Ortega, la del hijo de Somoza, se valió de un pretexto semejante para obligarlo al exilio en Costa Rica.

La embestida contra Ramírez es un acto de venganza motivado, en última instancia, por la publicación de su último libro.

Al escritor cuyo trabajo ha sido reconocido con el Premio Alfaguara en 1998, el Premio de Narrativa José María Arguedas en 2000, el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en 2011, el Premio Carlos Fuentes en 2014 y el Premio Cervantes en 2017, los esbirros de Ortega lo acusan de lavado de dinero, menoscabo a la integridad nacional, provocación y conspiración.
La embestida contra Ramírez es un acto de venganza motivado, en última instancia, por la publicación de su último libro, Tongolele no sabía bailar, en el que denuncia los abusos y los crímenes de Ortega. A 42 años de distancia, la revolución sandinista que entusiasmó al mundo democrático hoy se ha transformado en un monstruo que devora a sus hijos.
Yo he tenido la suerte de ser amigo de Sergio desde hace muchos años. Lo conocí cuando él era vicepresidente de Nicaragua, compartimos aula en la escuela de periodismo de Gabo en Cartagena y espacio en las páginas editoriales de este diario. Sobre todo, soy agradecido lector asiduo de sus columnas, cuentos, ensayos y novelas, y me mortifica su exilio.
¿Le tocará a Ramírez, como a Ovidio, vivir en un injustificado exilio el resto de su vida? Yo creo que al igual que con Thomas Mann, dondequiera que Ramírez esté, estará Nicaragua. También creo que como sucedió con Victor Hugo, este nuevo exilio le dará a Sergio el espacio y el tiempo para continuar su consagración como uno de los dos nicaragüenses que han logrado llegar a la cima la literatura mundial.
SERGIO MUÑOZ BATA
Sergio Muñoz Bata
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