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Mentalidad rentista y sus problemas

Las sociedades rentistas, en lugar de acabarse, se han extendido con complicidad del Estado.

Sergio Clavijo
A inicios de la década de 1970, Anne Krueger acuñó el concepto de la ‘sociedad rentista’. Con ello se refería a esos empresarios que no gustan de la competencia y más bien rentabilizan sus negocios a través de ayudar a montar talanqueras a la apertura comercial.
La Sra. Krueger abogaba, de forma pionera, por que los países emergentes se abrieran a los mercados internacionales y, de esta manera, beneficiar a los consumidores. Dichos consumidores llevaban décadas pagando sobreprecios por concepto de los elevados aranceles de importación, lo cual ahuyentaba a los productores nacionales.
El proceso de sustitución de importaciones fue largo y complejo para la industria y el agro nacional, con tan mal resultado que su posicionamiento exportador tan solo tuvo éxito durante 1968-1974. De esa etapa tan solo han sobrevivido las exportaciones de flores, azúcar y banano, mientras que posteriores experimentos con aguacates o uchuvas se cuantifican en cientos y no en miles de millones de dólares, como las manzanas o cerezas exportadas desde Chile.
El problema con las sociedades rentistas es que, en vez de acabarse, se han extendido a todo tipo de actividades, con la complicidad del Estado. Para ello se montan sociedades de cabildeo, en las que la cadena de la improductividad engrana a gremios especializados con algunos miembros del Congreso a quienes se les financian sus campañas reelectorales. El objetivo es urdir trabas a la competencia productiva para así lograr ‘rentabilizar’ la gestión de los rentistas.
Esto ocurre en buena parte del sector agrícola de Estados Unidos y también de Europa. No solo se erigen sobrearanceles, sino que se les paga para que no cultiven a fin de elevar ‘el precio de mercado’. Aunque tardíamente, la sociedad civil global ha despertado ante los evidentes perjuicios del cabildeo sectorial. Tomó décadas reconocer los daños del tabaquismo o del alcoholismo, y solo recientemente se ha avanzado en contener los causados por los envases plásticos, las bebidas gaseosas o la comida chatarra.
Infortunadamente, las leyes de cabildeo poco han aportado en materia de transparencia legislativa, ya que es imposible monitorear los favores cruzados de este financiamiento de campañas políticas. Lewis (2018, ‘The Fifth Risk’) relata cómo la problemática del cabildeo se ha agravado bajo la administración Trump, con perspectivas negras para el medio ambiente y la gobernanza.
En Colombia, la sociedad rentista viene insistiendo en elevar aranceles nacionalistas, que afortunadamente la Corte acaba de declarar inconstitucionales en el caso de prendas de vestir. También cabe aplaudir las acciones estatales en la lucha contra la ‘cartelización’ que se había encontrado en cemento, ladrillos, medicamentos, papel, pañales, etc.
Pero han surgido nuevas trabas a la competencia en servicios (caso Uber) y se mantienen capturadas rentas estatales que ayudan a explicar las elevadas tasas de desempleo e informalidad laboral, las más altas de la región. El cúmulo de pagos no salariales se logró reducir del 63 al 50 %, gracias a la Ley 1607 del 2012, pero se requiere profundizar este correctivo. No basta con seguir hablando vanamente del elevado desempleo-informalidad en el teatro Colón, sino que deben adoptarse correctivos estructurales.
En síntesis, la mentalidad rentista atenta contra el consumidor y el Estado. Chile propulsó su economía al desmontar aranceles e impuestos sobre la nómina. Hoy tiene otro tipo de problemas, pero tras haber reducido la pobreza al 10 % y escalado su clase media al 52 % de la población. Esa clase media reclama más apoyos estatales, y por eso se elevó el recaudo tributario al 23 % del PIB. ¿Y Colombia cuándo elevará su recaudo y desmontará las trabas de la formalización laboral?
SERGIO CLAVIJO
Sergio Clavijo
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