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¿Facilidad o realidad de negocios?

Son las 'preferencias reveladas' las que nos dicen si estamos siendo exitosos o no en los negocios.

Sergio Clavijo
Durante 2003-2020 el Banco Mundial había logrado posicionar su reporte sobre facilidad de los negocios (Doing Bussiness) como importante referente al evaluar progresos estatales en incrementar la productividad de las firmas y en facilitarles la vida a los ciudadanos emprendedores.
Pero resulta que, tras esos 17 años de duros esfuerzos, se acaba de anunciar que el reporte de 2020 fue el último en producirse. Esto debido a sospechas de manipulación de algunos de los indicadores por parte de funcionarios del Banco Mundial, corroborados por investigación conducida por terceros (WilmerHale, 2021). Allí se encontró que directivas de la institución (incluida la hoy directora del FMI, Georgina) intercedieron a favor de China cuando se discutía la recapitalización del banco. Sin embargo, lo hecho por Georgina no es diferente de lo actuado por el común de los funcionarios, cumpliendo su doble papel de técnicos reportándoles a los accionistas.
El objetivo había sido evitar disgustos con China, uno de los principales aportantes a dicha capitalización. Y, para ello, se indujo la manipulación de datos dentro del Banco Mundial, de tal manera que ese país no apareciera descendiendo (hasta 7 posiciones), sino en posición estable, a través de darles mayor ponderación a rubros en los que China mejoraba.
Este bochornoso incidente suscita varias inquietudes: si tal índice de facilidad para hacer negocios era tan importante como guía práctica público-privada, ¿cómo así que se opta por suspender la provisión de ese bien público internacional? Y ¿qué tanto incidían los progresos de cada país en el redireccionamiento de la oferta productiva, especialmente en comercio internacional?
Buena parte de la utilidad de dicho índice consistía en medir costos operativos de firmas a nivel local, referidos a tres áreas: establecimiento de los negocios (obtención de licencias, de la energía, requerimientos de capital, acceso crediticio), protección legal (reportes financieros, solución de conflictos, pagos de impuestos) y facilidades internacionales (tiempos de transporte y cumplimiento de contratos). Su recolección y homologación era tarea dispendiosa, pero su resultado era de utilidad para el sector público-privado.
Colombia fue ascendiendo en dicha métrica y se acercaba al tercio superior de mejor desempeño global en 2019 (posición 67 entre 190 países). Pero nunca alcanzamos la categoría de alta facilidad para hacer negocios (posición 50 hacia arriba). La paradoja es que dicha mejoría poco se reflejaba a nivel de aceleración del crecimiento (de hecho, bajando de 4 al 2,4 % anual en promedio quinquenal); y tampoco mejoramos en desempeño exportador (cayendo de 16 al 14 % del PIB debido a dependencia minero-energética).
A Colombia le ocurrió, como a varios emergentes, una obsesión por escalar en el mencionado índice, pero sin mayor atención a su contrapartida con el mundo real de los negocios: muchos gobiernos decidieron apuntarle a la métrica que más moviera el índice (como en el caso de China) en vez de realmente solucionar los problemas estructurales del “costo-Colombia”.
Igual nos ocurría a nivel territorial: por ejemplo, Manizales pasó a puntear a nivel municipal en dicho índice, pero ello poco-nada tenía que ver con la dinámica de expandir los negocios, especialmente internacionales, donde eran los de Risaralda los que mostraban mayor dinamismo empresarial.
Así, en esto de los negocios, las percepciones pueden ser una guía útil complementaria, pero son más bien las “preferencias reveladas” las que en últimas nos dicen si estamos siendo exitosos o no a la hora de hacer los negocios. También resulta sospechoso que sean los consultores de Harvard lo que les hagan el ‘cheer-leading’ a los gobiernos que los contratan: el síndrome de Georgina lo ha dejado claro.
SERGIO CLAVIJO
(Lea todas las columnas de Sergio Clavijo en EL TIEMPO, aquí).
Sergio Clavijo
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