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¿Quién le teme a la verdad?

Está en nuestras manos eliminar uno de los factores que han facilitado la persistencia del conflicto

Sara Tufano
En los últimos días, varios columnistas que habían anunciado su respaldo a Fajardo en la primera vuelta han comenzado a exponer las razones por las cuales votarán por Petro el próximo 17 de junio. Una de ellas: Petro tendría contrapesos institucionales más fuertes que los que tendría Duque. Así, la falsa equivalencia entre Petro y Uribe –eje de todas las campañas políticas– ha sido demolida: con Duque estarían en riesgo la paz, el Estado de derecho y la democracia. Petro, en cambio, no representaría ninguna amenaza para nuestras instituciones.
Además de esas razones, quisiera añadir otra relacionada con el estudio sobre los procesos de paz colombianos. Vista desde esta perspectiva, nos encontraríamos ante una coyuntura inédita y, contrariamente a lo que algunos afirman, Petro no estaría exagerando cuando afirma que podríamos estar a punto de partir la historia de Colombia en dos.
Desde que Belisario Betancur decidió negociar con las Farc en 1984, todos los gobiernos posteriores han optado por una de estas dos vías para ponerle un punto final al conflicto armado interno: la salida negociada o la salida militar. Betancur optó por la salida política porque a inicios de los años 80 se creía que el atraso y el abandono de algunas regiones del país eran caldo de cultivo para la lucha guerrillera.
Se creía que las raíces del conflicto eran internas y no el producto de una conspiración extranjera: la abstención electoral, los paros cívicos y la lucha guerrillera eran consecuencia de la falta de espacios de participación democrática y de los problemas en materia de tenencia de la tierra. La clase política había perdido su legitimidad y no había otra solución que la de sentarse a negociar y escuchar las demandas de los alzados en armas.

Si la ruptura de cada proceso de paz ha dado inicio a un nuevo ciclo de violencia, ¿cuál sería la razón para que no suceda lo mismo ahora?

El Frente Nacional, instaurado en 1958 para frenar el ciclo de violencia desencadenado por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, había obstaculizado la participación de cualquier otro grupo político diferente al Partido Liberal o Conservador. Los grupos guerrilleros querían participar en política, pero no solo ellos: los campesinos, los indígenas, los negros, el movimiento sindical, los intelectuales y muchos otros. Es lo que impulsó el nacimiento e impresionante expansión del partido político de la Unión Patriótica en el marco del proceso de paz entre el gobierno de Betancur y las Farc. Sin embargo, prácticamente al siguiente día de su creación, los militantes de este nuevo partido empezaron a ser perseguidos y asesinados. El monopolio político de los partidos tradicionales estaba siendo amenazado por la irrupción de este nuevo movimiento. Sin mínimas garantías políticas, muchos decidieron ingresar a las filas guerrilleras.
Las negociaciones de paz en Colombia han sido una herramienta fundamental para profundizar nuestra democracia. Cuando un gobierno decide negociar con su enemigo, de inmediato lo reconoce como un actor político, reconoce que el conflicto tiene unas causas políticas y para suprimirlas se hace necesario adelantar unas reformas, es lo que permite que la paz sea duradera, evitando así nuevas olas de violencia; reconoce, además, la necesidad de saber la verdad de lo ocurrido para que no haya impunidad.
En cambio, cuando un gobierno opta por la salida militar, intenta derrotar al enemigo combatiéndolo, pero también persiguiendo y asesinando a quienes cree que lo fortalecen o contribuyen a su crecimiento. Es lo que pasó con Uribe durante sus ocho años de seguridad democrática y de lucha contra todo lo que él consideraba que podía entrar en la categoría de enemigo. Esto es lo que explica la gran oposición al acuerdo de paz firmado entre el presidente Santos y las Farc.
Por esto, la paz está en riesgo, porque hay dos visiones de mundo enfrentadas. No se circunscriben a profundas diferencias en lo económico o en materia de justicia, de salud, de educación o de género; son dos concepciones distintas de narrar la historia de Colombia: la de Duque usa la mentira, la de Petro persigue la verdad. Nos muestran esta segunda vuelta como el enfrentamiento entre dos modelos de sociedad distintos; la perspectiva histórica nos ayuda a entender que en la actual coyuntura lo que está en juego es mucho más que eso: es la exacerbación de la violencia si los pilares del acuerdo de paz no son respetados.
Si la ruptura de cada proceso de paz ha dado inicio a un nuevo ciclo de violencia, ¿cuál sería la razón para que no suceda lo mismo ahora? Talvez no sea el regreso de las Farc a las armas, pero sí de una nueva ola de inconformidad social y política.
Al situarnos dentro de una coyuntura que se ha repetido muchas veces en nuestra historia, podemos entender cuán desatinado es el voto en blanco y cuán equivocado es votar por Duque. Por eso votaré por Gustavo Petro y Ángela María Robledo. Está en nuestras manos eliminar uno de los factores que ha facilitado la persistencia del conflicto: cuando, en detrimento de la paz, toda la clase política se une a la corriente política más retardataria del país para salvaguardar sus intereses.
SARA TUFANO
Sara Tufano
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