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Mirarnos en el espejo roto de la guerra

De obligada lectura, 'El Testigo' contribuye a reconciliarnos y a honrar la memoria de las víctimas.

Sara Tufano
“Queremos comprender”. Con estas palabras empieza la magnífica colección de libros El Testigo, de Jesús Abad Colorado y María Belén Sáez de Ibarra. Una verdadera obra de arte, al mismo tiempo dolorosa y poética. Un tesoro para seguir juntando los fragmentos del espejo roto de la guerra.
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Es apenas lógico que comprender sea uno de los propósitos de esta colección que abarca 30 años de trabajo de Jesús Abad: no vivimos la guerra de la misma manera. Muchas personas en las ciudades crecimos viendo el conflicto por televisión, una versión caricaturesca del conflicto. Sin que fuéramos conscientes de ello, presenciamos la deshumanización del guerrillero hasta convertirlo en un monstruo; los combates entre el Ejército y la guerrilla sin conocer muy bien sus motivos; las pocas alusiones a la connivencia entre el Ejército y el paramilitarismo; la barbarie del secuestro.
Como dijo la magistrada de la JEP Julieta Lemaitre, en una entrevista con Noticias Caracol, mientras en las zonas rurales del país se vivían los peores escenarios de la guerra: masacres, combates, bombardeos, desplazamientos, torturas; en las ciudades, nuestro contacto con la guerra fue el secuestro.
Y en este contexto, las victimas casi nunca aparecían, a no ser para mostrarlas como aliadas de algún bando. Sin embargo, ellas estuvieron ahí siempre, y con ellas, Jesús Abad, quien llegó a los lugares más recónditos del país para legarnos los retratos de nuestra historia: las familias desplazadas, los desaparecidos, la comunidad de paz de San José de Apartadó, los hornos crematorios de Norte de Santander, la tragedia de Machuca, la masacre de Bojayá, la operación Orión, la masacre de Bahía Portete, las marchas por la paz, los acuerdos entre el Estado y los actores armados, y otros hechos que conocimos a través de la prensa o la televisión.

No vivimos la guerra de la misma manera. Muchas personas en las ciudades crecimos viendo el conflicto por televisión, una versión caricaturesca del conflicto.

Ninguna de las fotos de la colección está descontextualizada; cada víctima tiene un nombre y una voz propia. Jesús Abad no solo no deja solas a las víctimas, sino que vuelve a los lugares donde se ofendió la vida para documentar los cielos estrellados.
En su trasegar, fue el primer periodista que llegó al corregimiento de Machuca, el 18 de octubre de 1998, después de que la guerrilla del Eln dinamitara un oleoducto. Así pudimos conocer el rostro grave de Matilde Sánchez Rodríguez.
Jesús Abad nos recuerda también que son las víctimas las primeras en querer la paz, como en el caso de la familia de Carlos González, secuestrado por el Eln en abril de 1999 y muerto en cautiverio por un infarto. En junio de 1999, durante su sepelio, sus hijos, Carlos y Maida, y su esposa, doña Pina, no hablaron con odio, hablaron sobre la necesidad de un país en paz.
Encontramos también la historia de Bartolomé Cataño, concejal de Apartadó por la Unión Patriótica en 1995, quien fue asesinado al año siguiente por los paramilitares, en connivencia con el Ejército, como ocurrió en muchos otros lugares. Unos años después, en el 2007, Jesús Abad regresó al pueblo de Bartolomé y buscó a su esposa, Elvia Margarita. Jesús Abad quería visitar su tumba, pero Elvia Margarita le contestó que no iba a encontrar la sepultura: “[...] me explicó que la tumba existía, pero la familia había decidido no ponerle nombre, no fuera a ser que la profanaran. Temía que, por ejemplo, le pusieran una granada para terminar de desaparecerlo. Porque eso ha pasado. Así ultrajan la memoria de los muertos, cuyo solo recuerdo parece ser una amenaza para los que sustentan su poder mediante las armas. En este país hay personas, como Bartolo, que ni siquiera tienen derecho a tener el nombre en la tumba”.
De obligada lectura, El Testigo contribuye a reconciliarnos, a honrar la memoria de las víctimas y a desenterrar la historia de la guerra colombiana.
SARA TUFANO
Sara Tufano
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