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Era predecible que EE. UU. tendría que retirarse para no fortalecer a los kurdos frente a Turquía.

La comunidad internacional les incumplió a los kurdos cuando les dijo, hace décadas, que tendrían un territorio para desarrollar su Estado. Hoy en día, son un grupo compuesto por cerca de 35 o 40 millones de personas, sin Estado ni territorio y se han distribuido principalmente en la zona de Kurdistán, área que comparten Turquía, Irán, Irak y Siria.
Algunos estimados dicen que constituyen entre el 18 y el 20 % de la población en Turquía, razón por la cual el Gobierno de dicho país desde hace décadas ha intentado suprimirlos culturalmente. Siendo la minoría más grande de ese país, son el principal obstáculo para construir una Turquía homogénea.
Para resistir estos intentos de supresión, los kurdos se organizaron en el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK, siglas en kurdo), que gracias al incremento de la represión que siguió al golpe militar de 1980 en Turquía terminó convertido en un movimiento armado que lucha contra el Estado turco por sus derechos políticos y autodeterminación. Por eso, Turquía considera al PKK una organización terrorista.
En un escenario tan frágil para los kurdos, la guerra contra el Estado Islámico (EI) significó una oportunidad de supervivencia que no desaprovecharon. Por estar ubicados geográficamente en el mismo lugar en donde el EI operaba, los kurdos se constituyeron en el aliado “en tierra” de las fuerzas estadounidenses que buscaban combatir al EI. Pero las fuerzas kurdas aliadas de EE. UU. están compuestas por muchos miembros del PKK, incluso su comandante general militó en esta organización.
Por esta razón, a pesar de que EE. UU. no quería inmiscuirse en el enfrentamiento entre turcos y kurdos, la cooperación militar que les brindó a los kurdos para enfrentarse al EI terminó convirtiéndose en una amenaza para Turquía, también aliado de Washington, pero de más larga data. Así, la prolongación de la presencia militar en la zona solucionaba el problema con el EI, pero profundizaba la desconfianza de Turquía.
Era predecible que apenas empezase a existir la sensación de que la guerra contra el EI estaba siendo ganada, EE. UU. tendría que empezar a retirarse para no seguir fortaleciendo a los kurdos frente a Turquía. El matrimonio con los kurdos, tarde o temprano, iba a dejar de ser conveniente para Washington y el divorcio los dejaría en un escenario de gran vulnerabilidad a ambos.
Las fuerzas estadounidenses abandonaron el lugar y Trump prácticamente le dio carta blanca a Turquía para mover sus fichas. La reacción europea no se hizo esperar, y durante el fin de semana decidieron prohibir la venta de armas a Turquía. Los kurdos, por su lado, establecieron una alianza defensiva con el régimen sirio de Assad y las fuerzas sirias ayer lunes se movieron con rapidez hacia la frontera con Turquía. En medio de todo este tira y afloja, Turquía no da su brazo a torcer.
De esta forma, el retiro de las tropas estadounidenses les abrió espacio a las fuerzas turcas, pero también a las sirias, y ahora lo que sigue es un esfuerzo por ocupar ese vacío. Es una oportunidad grande para que el Gobierno sirio recupere la zona norte, cuyo control ha perdido gracias a la guerra por la que atraviesa ese país. Y en el medio, continúan los kurdos, intentando maniobrar entre los intereses de los unos y los otros.
Del desorden que ha producido el retiro de las tropas estadounidenses no va a salir ganando nadie a corto plazo: todos van a terminar en una situación de mayor inseguridad con respecto a la que tenían antes de ese retiro. Incluso, Estados Unidos: la semana pasada, combatientes del EI se fugaron de una cárcel en territorio sirio controlada por kurdos, gracias al caos que generó un bombardeo de Turquía en una zona cercana. Del desorden se aprovecharán todos, incluso aquellos que se creían derrotados.
SANDRA BORDA G.
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