Hay un mantra clave en política exterior: convertir una relación bilateral en un tema de política interna no es una buena idea. Ponerse a merced del vaivén de la política electoral de otros es jugar con fuego, y de eso rara vez se sale con la piel intacta. Cuanto más caldeados estén los ánimos y más polarizado se encuentre el debate político en otros países, menos estratégico es, desde afuera, hacer apuestas en favor de unos o de otros. Estas coyunturas llaman a la cautela.
El ejemplo más elocuente de lo perjudicial que puede ser, como gobierno foráneo, terminar metido en el debate electoral de otros es Venezuela. Una vez la crisis allí terminó siendo objeto de la discusión electoral colombiana, se convirtió en herramienta para fomentar las divisiones partidistas y acuñar dividendos electorales. Por esa razón, aquí se volvió imposible construir un consenso sobre cómo podríamos ayudar a gestar una salida institucional para el país vecino y los perdedores terminaron siendo los venezolanos.
El Gobierno colombiano está caminando peligrosamente el mismo sendero que llevó a Venezuela a la agenda interna de Colombia y EE. UU., y con una evaluación superficial de los riesgos que ello implica
Ahora en Estados Unidos, el tema venezolano también se está convirtiendo en mecanismo para azuzar los odios partidistas: en una forma de hacer política muy propia del siglo pasado, Trump usa el epíteto ‘castrochavista’ para descalificar a los demócratas y para presentarse como adalid del anticomunismo. Puede que electoralmente la cosa funcione allá también, pero, como sucedió en Colombia, la estrategia le hará más difícil a EE. UU. participar en una eventual solución del problema venezolano. Gana en el corto plazo y en la propia cancha, pero pierde en materia de liderazgo y gestión internacional.
El Gobierno colombiano está caminando peligrosamente el mismo sendero que llevó a Venezuela a la agenda interna de Colombia y EE. UU., y con una evaluación superficial de los riesgos que ello implica. En vez de actuar con cautela y estrategia, el Gobierno parece polilla acercándose al fuego de la elección estadounidense.
La apuesta del gobierno Duque y del Centro Democrático sigue una lógica local y a la vez internacional: internacionalmente, si Trump usa el discurso anticastro-chavista para alimentar a su base latina en Florida, el Gobierno colombiano gana porque, como diría nuestro embajador en Washington, “el tema se mantiene vivo”. Si esto sucede y Colombia logra atrapar a Estados Unidos en su visión anticomunista, podría alejar a la potencia de sus coqueteos con un eventual proceso de negociación en Venezuela. Si lo que sirve electoralmente es presentarse como el superhéroe de la lucha contra la caricatura del enemigo castrochavista, para mantenerse en el poder la clave es dividir y no promover una salida pactada en este momento. Esto gusta en las filas del uribismo y del sector más radical de la oposición en Venezuela.
Internamente se gana en varios frentes: el Gobierno obtiene apoyo para su líder máximo, Álvaro Uribe, cuando las encuestas muestran que su favorabilidad anda mal y el proceso judicial que se adelanta en su contra pone en entredicho su liderazgo. Los tuits de Pence y de Trump definiéndolo como héroe son entonces bienvenidos. Además, Duque gana tiempo y un aligeramiento de la presión para que el Gobierno cumpla con las metas de la lucha antidrogas; es mejor que el tema latino en las elecciones estadounidenses sea Venezuela y no nuestro desempeño en materia antinarcóticos. Cualquier ayuda que a cambio pueda prestarse desde acá para que Trump salga ganador en noviembre es igualmente apreciada por el Gobierno allá.
El ‘quid pro quo’ está claro. La única condición para que la cosa funcione hacia el futuro es que Trump se quede en la presidencia y los republicanos mantengan el control del Senado. Si eso no ocurre, me pregunto si el Gobierno colombiano tiene plan B o si, como la polilla, va a terminar achicharrado en el fuego.
SANDRA BORDA G.