En su nueva novela, Harrow, Joy Williams explora lo que Justin Taylor, en una reseña del libro ha denominado un apocalipsis cósmico. El mundo de Harrow, dice Taylor, no está ni vivo, ni muerto. Es la escena justo en medio de un desastre que no tiene comienzo ni final: los seres vivos, con excepción de los seres humanos, han muerto y el mundo se ha acabado. Sin embargo, dice Taylor, el mundo persiste. Hay ciudades, gobiernos, carros con sus tanques llenos de gasolina y edificios con electricidad. “El mundo no sabe que ha muerto”, solo que es un lugar más precario, más asustador y más desesperado de lo que era. “Es un lugar en el que las empatías son obsoletas. La batalla se acabó, el mundo ha sido superado. Casi todo lo que no somos nosotros o que no ha sido hecho por nosotros se ha ido”.
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Este tipo de distopía es un tema persistente en la literatura y ha ido perdiendo, con el paso del tiempo, sabor a ficción. El Secretario General de la ONU ha planteado un escenario que define como catastrófico: para el final de este siglo, si seguimos como vamos, la temperatura va a aumentar en un promedio de 2,7 grados centígrados. No obstante el Acuerdo de París, la década pasada fue la más caliente de la que se tenga conocimiento y ello ha producido olas de calor intensas, incendios incontrolables, inundaciones, sequías extremas.
Los efectos del cambio climático ya no son una preocupación del futuro y solo se profundizarán si los gobiernos del mundo, pero principalmente los de los países líderes en emisión de gases de efecto invernadero (con China a la cabeza), no se toman el asunto con seriedad. Si la Cumbre de Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP26), que empieza esta semana en Glasgow resulta en fracaso, el mundo de Williams nos estará esperando a la vuelta de la esquina.
Si la Cumbre de Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP26), que empieza esta semana en Glasgow, resulta en fracaso, el mundo de Williams nos estará esperando
a la vuelta de la esquina.
El mundo entero estará pendiente de los compromisos que los Estados más importantes y poderosos del planeta adoptarán para reducir la emisión de gases y desacelerar el calentamiento global. Las posibilidades incluyen facilitar una más rápida transición al uso de carros eléctricos, erradicar el uso de combustibles fósiles (que, según Naciones Unidas, hoy comprenden el 80 % de la demanda actual de energía a nivel mundial y son los principales responsables del calentamiento), reducir la tala de árboles, proteger más a las personas víctimas del calentamiento (particularmente a quienes viven en las costas) y aumentar los recursos que los países poderosos deben dedicar a ayudar a naciones más pobres como compensación por el daño climático que han producido, y cuyas consecuencias afectan a los habitantes de los países en vías de desarrollo.
El Reino Unido, como país anfitrión, quiere logros claros y radicales. Aspira a que todos los países respalden una renovación del compromiso con cero emisiones para el 2050 y reducciones sustanciales para el 2030. Superada la horrible noche de Trump y su decisión de sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París, es posible que Estados Unidos se comprometa más y de mejor forma.
Aunque ya es difícil mantener la meta del Acuerdo de París de apuntarle a mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 grados centígrados, y aunque para algunos científicos el compromiso de los Estados ya llega tarde, tampoco es una opción darse por vencidos. Aunque se ha avanzado por debajo de lo necesario, se ha avanzado y se puede ir a un ritmo más acelerado. Según The New York Times, antes de París, el mundo iba camino a calentarse 4 grados para el final del siglo y hoy, gracias a las energías limpias, el pronóstico de calentamiento es de 3 grados. Apuntarle a 2 o 2,4 grados para el 2100 no es imposible aunque tampoco suficiente.
Glasgow puede convertirse en la feria de la retórica, pero lo que está en juego es demasiado importante como para dejar que eso pase.
SANDRA BORDA