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Es la desigualdad, estúpido

El clamor es por un acceso más equitativo a las oportunidades y por un trato más igualitario.

Pero no es la desigualdad que mide el Gini ni ningún otro indicador económico. Mi sugerencia, más bien, es que para poder restaurar los vínculos entre la sociedad y el Estado, que se han puesto en tensión recientemente, para poder tener una conversación genuina que nos lleve a reconstruir nuestro propio pacto social, es preciso que Gobierno y clase política empiecen a entender el problema de la desigualdad en formas más amplias y comprehensivas.
El clamor en la calle es por un acceso más equitativo a las oportunidades y por un trato más igualitario. Las organizaciones de estudiantes, de indígenas, de mujeres, de población LGTBIQ están todos saliendo a la calle con una sola reivindicación en mente: igualdad en el acceso a la educación, igualdad frente a la justicia, igualdad frente a la política pública e igualdad para participar en política. La protesta social en Colombia es nada más y nada menos que un esfuerzo por ampliar el espacio para el ejercicio de la ciudadanía en este país y hacerlo lo suficientemente grande para que quepamos todos.
Otra vez, las pruebas Pisa revelaron, la semana pasada, la inmensa capacidad segregadora que tiene nuestro sistema educativo. Tristemente, y como lo sugiere Jorge Galindo, el desempeño de los estudiantes varía en función de su ventaja socioeconómica. En otras palabras, su acceso a la educación de calidad depende de si usted nació o no en cuna de oro: si no es así, estará condenado a la educación de mala calidad, a un ingreso casi imposible a la universidad y, por tanto, la probabilidad de que usted pueda mejorar su condición socioeconómica es dramáticamente baja.

La protesta social en Colombia es nada más y nada menos que un esfuerzo por ampliar el espacio para el ejercicio de la ciudadanía en este país

Un violador en tu camino es una intervención que se convierte en viral y encuentra buen lugar en Colombia, justamente por un problema de desigualdad. Las mujeres continuamos siendo víctimas de muchas formas de violencia, y el Estado no nos garantiza justicia en esos escenarios. Nos revictimiza cada vez que deja a un agresor en libertad, nos revictimiza cada vez que construye políticas públicas discriminatorias que nos impiden tomar decisiones autónomas sobre nuestros cuerpos. Por eso, “el Estado opresor es un macho violador”. Y, como si todo esto fuera poco, nos toca recordar que la culpa no es nuestra...
Organizaciones de la comunidad LGTBIQ, los indígenas y muchas otras minorías están hoy en la calle tratando de mantener sus derechos a flote. Tratando de hacer que se respete la vida de sus líderes, de contener la agresión contra sus espacios de actividad política, de eliminar las múltiples formas de discriminación que todavía ejercen el mismo Estado y una parte de la sociedad contra ellos, tratando de que se los vea como iguales.
Al final, el otro clamor de la protesta, aquel a favor de implementar más rápido y mejor los acuerdos de paz, es también un clamor a favor de la igualdad y en contra de la exclusión política. Esos acuerdos ampliaron el espacio para ejercer la política en este país, más allá de lo que ya lo había hecho la Constitución de 1991. De nuevo: todos estamos buscando más y mejores formas para ejercer nuestra ciudadanía, estamos buscando un arreglo social en el que quepamos todos a pesar de nuestras profundas y vibrantes diferencias, en el que podamos ser reconocidos como sujetos con los mismos derechos y a los que el Estado pueda –real y no solo formalmente– reconocerles sus garantías.
Por eso, el Gobierno comete un grave error cuando subestima el espíritu de las manifestaciones. Al contrario, debe entender pronto la envergadura de lo que está en juego y reconocer la imperiosa necesidad que tenemos todos de reconstruir nuestro pacto social, un pacto en el que aprendamos a lidiar con nuestras diferencias sin convertirlas en desigualdades que condenen a unos al privilegio y a otros a la discriminación.
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