La semana pasada el Gobierno tomó la decisión, ante la escasez y el alza en los precios de los alimentos, de crear una comisión de vigilancia e inspección de precios. La cosa no parece tener mucho futuro. Como bien lo sugirió el analista Andrés Mejía, “los precios son un efecto de ciertas causas y si a uno no le gusta el efecto, podría trabajar a nivel de las causas”. María del Pilar López, profesora de la Universidad de los Andes, recordó la experiencia de las Juntas de Control de Alimentos en 1931 que buscaban el mismo objetivo y solo lograron un aumento en los precios fijados por la ley.
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Pero hay un ejemplo más reciente de las consecuencias nocivas del control de precios del que quisiera hablar aquí, en clave personal, porque creo que está teniendo un efecto nefasto sobre la salud sexual y reproductiva de las mujeres.
Hace más o menos un año, y resultado de dolores extremos, fui a hacerme varios exámenes que arrojaron como resultado un útero plagado de miomas. Ya no era posible rescatarlo y tuvieron que hacerme una histerectomía o extracción completa del útero. A pesar de que aún conservo mis ovarios, se empequeñecieron con el tiempo (tengo 47 años) y la cirugía aceleró la llegada de la menopausia.
Con el objetivo de controlar sus efectos sobre mi salud sexual, el médico sugirió iniciar un tratamiento de reemplazo hormonal. En la medida en que las pastillas podrían afectar mi hígado, empecé a aplicar una inyección mensual llamada Menodin. La apliqué en tres ocasiones y luego, misteriosamente, desapareció completamente del mercado. Imposible conseguirla.
Entonces, obligada por las circunstancias, hice la transición hacia un medicamento denominado Estrogel, una solución tópica. Compré tres frascos y de nuevo, cuando intenté buscarlo, misteriosamente había desaparecido del mercado. Fue entonces cuando decidí investigar qué estaba pasando. Intuía que la pandemia podía ser la causa de la falta de disponibilidad, pero el problema solo se hizo más grave con el inicio de la seminormalidad en la que nos encontramos. Empecé a preguntarles a los médicos.
Las respuestas todas iban en la misma dirección: el control de precios sobre los medicamentos tuvo una consecuencia parcialmente inesperada. Las farmacéuticas sacaron sus productos del mercado porque los precios quedaron demasiado bajos. Premarin y Lindisc, entre otros, usados también para el reemplazo hormonal, también son imposibles de conseguir.
No podemos estar condenadas a un mundo sin medicamentos, o porque son demasiado caros o porque no están disponibles en el mercado.
Pero la cosa no para ahí y, de hecho, lo que sigue es aún más preocupante. La escasez es incluso más aguda con tipos particulares de medicamentos anticonceptivos. Hice un sondeo en Twitter y me escandalizó la cantidad de mensajes que recibí de cientos de mujeres que tienen que cambiar constantemente de fórmula (con el riesgo que ello implica porque la composición hormonal de cada medicamento varía y tiene efectos importantes sobre la salud reproductiva) debido a su escasez en el mercado.
Pero además, la Progynova, medicamento que se usa para preparar el endometrio para transferir embriones en terapias de fertilidad, también escasea. El Duphaston, una fórmula que se usa para sostener el embrión (también en terapias de fertilidad) cuando hay amenaza de aborto, es prácticamente imposible de encontrar.
Cuando el entonces ministro de Salud, Alejandro Gaviria, defendió el control de precios de los medicamentos, fui la primera en celebrar. La salud de las personas no puede estar sometida a la codicia de las farmacéuticas. Pero cada año se incluyen más medicamentos a la lista de los controlados y hoy creo que el control de precios está teniendo un efecto perverso y muy preocupante sobre la salud de las mujeres. Es preciso buscar otra solución. No podemos estar condenadas a un mundo sin medicamentos, o porque son demasiado caros o porque no están disponibles en el mercado.
SANDRA BORDA