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Nacionalismo inútil

Debemos articular la acción individual con el activismo internacional, dar esta pelea en conjunto.

El nuevo nacionalismo de las vacunas, como algunos lo bautizaron, es una de las formas más inútiles de nacionalismo disponibles hoy. Mientras el covid-19 viaja sin ninguna restricción fronteriza, las políticas para combatirlo parecen cada vez más restringidas y demarcadas por las líneas de separación entre Estados. Así las cosas y frente al virus, estaremos eternamente en desventaja.
El nacionalismo de las vacunas puede servir para obtener beneficios políticos inmediatos, para enardecer a la galería, para alimentar el paternalismo gubernamental que demanda la sociedad en medio de una crisis de salubridad como la actual, para contribuir a sentirnos más protegidos. Pero el campo real de la lucha contra el covid-19 no puede ser sino global y debe centrarse en atender a los ciudadanos propios, dedicando la misma cantidad de energía a hacer parte de los esfuerzos multilaterales por erradicar la enfermedad.
La variante P.1, originada en Manaus (Brasil), llegó a Minnesota, en Estados Unidos, porque, a pesar de que el ingreso de ciudadanos brasileros está restringido en ese país, el Gobierno no puede negarles la entrada indefinidamente a sus propios ciudadanos. Ante los niveles de movilidad bajo los cuales opera el mundo hoy, es imposible mantener el virus en las márgenes de las fronteras nacionales. Ningún país, por mucho poder que tenga, puede hacer eso. Por esa razón, y ante el desarrollo de variantes del virus cuya resistencia frente a las vacunas actuales aún no se ha podido determinar, es que no tiene sentido combatir el contagio en lo nacional y someter al “sálvese quien pueda” a quienes residen fuera.

Si no actuamos coordinados, de esta saldremos siendo un mundo de fronteras cerradas, movilidad
e intercambio límitados, un
mundo con pocas posibilidades,
pobre y dividido.

Pero sigamos con el caso de Brasil para ilustrar la magnitud del problema. Se trata de un país que cuenta con menos del 3 por ciento de la población mundial, pero que hoy acumula, según The Wall Street Journal, un tercio de las muertes diarias a nivel global por coronavirus. Gracias a la nueva variante, más de 300.000 personas han muerto y las muertes diarias han alcanzado las 3.000 personas. La P.1 cuenta hasta ahora con un 61 por ciento de probabilidad de reinfectar a personas que ya han sido contagiadas por el virus y ha probado ser casi 2,2 veces más contagiosa.
El jefe de la Organización Mundial de la Salud ya advirtió que la política negligente del gobierno de Bolsonaro puede ser nociva no solo para Brasil, sino para el resto del mundo; que la falta de seriedad del gobierno (Bolsonaro les ha pedido a los brasileros que “dejen de llorar y se vayan a trabajar” y hasta el momento solo el 1,8 de la población ha sido vacunada) puede afectar al vecindario cercano e ir mucho más lejos.
The Wall Street Journal advirtió que Brasil puede convertirse en una amenaza a la seguridad pública global. De hecho, la variedad P.1 ya está presente en más de 20 países. En Estados Unidos ya llegó a cinco estados distintos y fue identificada en Nueva York la semana pasada. The Economist dice que Brasil se ha convertido en un nuevo paria internacional y que cada vez más países imponen grandes restricciones a los viajeros provenientes de su territorio, incluida Colombia.
El caso de Brasil demuestra que es preciso abandonar la idea de que en momentos de crisis se debe escoger entre ayudar a propios o ayudar a extranjeros, que tenemos que escoger entre actuar en beneficio nuestro o de los otros. La pandemia no reconoce la diferencia entre “nosotros” y “ellos”, para el virus somos todos exactamente iguales, independientemente de nuestra nacionalidad. Debemos articular la acción individual con el activismo internacional y nutrir el esfuerzo por dar esta pelea en conjunto. Si no actuamos coordinados, de esta saldremos siendo un mundo de fronteras cerradas, movilidad e intercambio límitados, un mundo con pocas posibilidades, pobre y dividido.
Sandra Borda G.
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