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Chile: una transición inconclusa

Chile: una transición inconclusa

El país parece empeñado en pasar la página de la dictadura y de la vieja clase política.

Hemos tenido que discutir y deliberar tanto recientemente sobre el impulso autoritario en todo el mundo que es todo un alivio escribir sobre el triunfo del espíritu democrático en nuestra región. Llevamos ya un buen rato registrando cómo los regímenes democráticos y sus instituciones han perdido credibilidad y apoyo en el ámbito de sus respectivas sociedades civiles, y por eso ver a una ciudadanía como la chilena que protesta, se organiza y vota para buscar formas de profundizar su democracia, imprime una dosis importante de esperanza.

Con un voto voluntario del 50 por ciento del electorado, el 78 por ciento aprobó el inicio de un proceso para redactar una nueva constitución y abandonar aquella que heredaron de la dictadura de Augusto Pinochet. La transición a la democracia en Chile no fue completa. A pesar de que los militares salieron del poder, el ordenamiento legal del país no se transformó. Durante las protestas del año pasado, la ciudadanía demandó cambios de fondo y hoy esa demanda se ha traducido en un mandato para finalmente dejar atrás el autoritarismo, para tener unas nuevas reglas del juego verdaderamente democráticas y transformadoras, y para por fin cerrarle la puerta en la cara al pasado.

Los artífices y protagonistas detrás de este movimiento tectónico en Chile son sus ciudadanos. La clase política se quedó atrás, incapaz de liderar el cambio y el castigo fue fuerte: el 79 por ciento de los chilenos prefirieron que la convención que redactará la nueva constitución estuviese compuesta por 155 ciudadanos que serán elegidos en abril, con carácter paritario entre hombres y mujeres. Solo un 21 por ciento eligió la convención mixta, que habría estado compuesta por 172 miembros, entre ciudadanos y parlamentarios. El país parece empeñado no solo en pasar la página de la dictadura finalmente, sino también en pasar la página de la vieja clase política.

Chile parece estarle diciendo algo a Colombia: la transición de la dictadura a la democracia no se puede hacer a medias y termina por consolidarse gracias a la acción concertada de la gente.

La lección es contundente: las transiciones a medias, las transiciones tibias, son un escenario subóptimo que es imposible mantener indefinidamente en el tiempo. Que la clase política tradicional haga enormes esfuerzos por tratar de mantener ese tipo de statu quo, solo termina abriendo un abismo profundo entre ellos y la ciudadanía. Y los ciudadanos nunca se hacen a la idea de que otros, ajenos y lejanos, definan su destino por ellos. Ante la desaparición de este canal de comunicación, la protesta se constituye en la única posibilidad con la que cuenta la gente para tratar de impulsar el cambio social, para tratar de abrir el sistema político y hacerlo más participativo, para tratar de tornar la política económica en una más equitativa, en la que crezcan todos y no solo unos pocos.

Chile parece estarle diciendo algo importante a Colombia: la transición de la dictadura a la democracia no se puede hacer a medias y termina –tarde o temprano– por consolidarse gracias a la acción concertada de la gente. Entonces, de igual forma, la transición del conflicto al posconflicto tampoco puede ser tímida y solo de fachada. Si bien no requiere un cambio constitucional, si demanda un compromiso mucho menos parco y en las márgenes de la clase política tradicional y del Gobierno. Si el establecimiento colombiano sigue empeñando en mantenernos en el pasado, en no dejarnos avanzar hacia la realidad de un país en paz, entonces ellos, como la clase política chilena, se van quedar atrapados en ese pasado del cual parecen no querer dejarnos salir.

El poder transformador de la ciudadanía ha quedado demostrado. Ahora la clase política tiene que escoger entre aferrarse al statu quo y sumirse en la irrelevancia, o subirse al tren del cambio que propone la ciudadanía. Vamos a ver si el instinto de supervivencia les alcanza para tomar la decisión correcta.

Sandra Borda G.

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