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Las huertas de guerra

Estamos convenciendo a la comunidad de que se puede cultivar en cualquier pedacito de tierra.

Salvo Basile
Cuando el régimen fascista ordenó a los italianos cultivar en sus patios y jardines, y hasta en las villas, hortalizas para autoabastecerse, la respuesta de los ciudadanos fue unánime. Con sentido patriótico, todos participaron en el experimento, y allí se comenzó a hablar de autarquía, para enfrentarse a las consecuencias más tangibles de la crisis alimentaria inducida por la guerra, debido a la creciente dificultad de suministro y a la prohibición de importación impuesta por el mismo régimen.
Para la propaganda constituye la reacción de un “pueblo orgulloso, cohesivo e indestructible”. Las huertas están en todas partes, crecen en el centro de la ciudad y en las terrazas privadas; se cultiva hasta en macetas, cajas e, incluso, en bañeras. La trilla se lleva a cabo en las principales plazas de las ciudades y son manifestaciones reales del régimen, con banderas tricolores y pancartas fascistas.
Ejemplo de áreas destinadas a estos cultivos fueron, en Roma, los jardines de los foros imperiales; o en Milán, en la proximidad del Duomo; o en Turín, en el Parco del Valentino; o en Bolonia, en los Giardini Margherita.
Hoy hay 800 millones de campesinos urbanos en el mundo.
Todo este preámbulo para contarles que nuestra Fundación Corazón Contento y los vecinos del sector Revivir de los Campanos tenemos una huerta comunitaria, mas no de guerra, que ya ha dado los primeros frutos: ya vendimos 178.000 pesos de rúcula y 50.000 de albahaca; nuestro cilantro es poquito, pero tiene un perfume muy penetrante. Estamos de plácemes porque el Sena nos está apoyando para hacer otra huerta más grande, y estamos tratando de convencer a la comunidad de que se puede cultivar en cualquier pedacito de tierra, en el traspatio o donde sea.
La segunda noticia es el Club de Lectura de Revivir de los Campanos, que nació después del rotundo fracaso en la cena de ante- vigilia de los 100 libros de Mauricio, y otro tanto de Elisa. Ya van cinco sesiones del club, y la asistencia es numerosa y ruidosa, pero hay un par de mamás voluntarias que saben cómo manejar la situación. Los niños están felices, leen en voz alta, y hacemos ejercicios de comprensión. Han tenido yoga y canto, y para completar el tríptico queremos abrir, en una casa comunitaria que la fundación rescató, un comedor social para la tercera edad, y naturalmente necesitamos de todo, desde un tenedor hasta las sillas, así que ya saben, si quieren y si pueden, aquí se les recibe.
Salvo Basile
Salvo Basile
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