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¿Qué pasó y qué puede suceder?

¿Qué pasó y qué puede suceder?

Se olvidó que una parte muy importante de la población de EE. UU., los blancos con un bajo nivel de educación, son una mayoría que se siente excluida.

Muchos se despertaron el miércoles pasado como en una pesadilla, con sensación de desconcierto, de impotencia y de no entender qué está sucediendo. Esas fueron la sorpresa y la desilusión que les produjo a muchos la victoria de Trump. Sin embargo, todos contábamos con suficiente información para prever que él podría ganar. Lo que sucedió en estas elecciones fue similar a lo que ya había pasado con el ‘brexit’ en el Reino Unido. Un grupo mayoritario de la población, hasta ahora ignorado y marginado, se hizo sentir con mucha más fuerza que sus adversarios, con un resultado que amenaza romper el paradigma social y económico predominante.

Ya se sabía que los que iban a votar en masa por Trump eran los blancos menos educados, los descontentos, los indignados. Pero nadie se puso a contarlos y eran muchos más que los previstos. Un estudio reciente estimaba que 65 por ciento de los blancos de Estados Unidos considerarían votar por el partido que estuviera dispuesto a “parar la inmigración masiva, a proveer puestos ‘americanos’ para los trabajadores americanos, a preservar la herencia cristiana de los Estados Unidos, y a parar la amenaza del islam” (Michael Kazin, ‘Trump and American Populism’, ‘Foreign Affairs’, 6 de octubre del 2016). Es el electorado al que Trump cortejó y el que votó por él. Lo sabíamos, pero no se previó que fueran tantos. Pensábamos que estarían concentrados en las comunidades rurales y que su voto estaría más que compensado por el de las ciudades, los hispanos y los afrodescendientes.

No se tuvo en cuenta que una parte muy importante de la población de Estados Unidos, los blancos con un bajo nivel de educación, son una mayoría que se siente excluida. Ese segmento de la población supera en número la suma de las poblaciones negra, hispana y asiática con derecho a votar. En las elecciones del 2012, los blancos que no habían completado universidad y podían votar sumaban 100 millones; los afrodescendientes, 25 millones; los hispanos, 23 millones, y los otros inmigrantes, 15 millones. Y los blancos salieron a votar con mayor entusiasmo por su candidato que las minorías por la suya.

Es cierto que las ciudades y la clase media urbana educada votaron por Clinton. Pero en las ciudades de la antigua zona industrial, en estados como Pensilvania, Míchigan y Ohio, que votaron por Obama en el 2012 y por Bernie Sanders en las primarias, la clase media también votó por Trump. Han sido los que más han sentido el impacto de la globalización y el libre comercio, y se han sumado ahora a los indignados, rompiendo con una tradición prodemócrata de más de 75 años. Esa fue la gran sorpresa que inclinó definitivamente la balanza en el Colegio Electoral a favor del nuevo presidente electo. A eso hay que añadirle los religiosos de raza blanca, los homofóbicos, los xenofóbicos y los que se aferran a valores tradicionales. Trump es el presidente de los blancos descontentos, de los afectados por la globalización, de los que están en contra de la modernización y quieren retener lo tradicional. Es el electorado ideal para un populista norteamericano.

La pregunta es si Trump va a tratar de gobernar para los dos bandos o si se va a concentrar en los suyos. Hasta ahora ha dado las señales correctas, y hasta exhibió modales de lujo en su reunión con Obama. Pero la tentación de convertirse en un caudillo populista de derecha con pleno respaldo de un Congreso republicano y de la mitad de la población es demasiado grande para dejarnos tranquilos; y uno de los escenarios posibles es aterrador: supremacía blanca, interferencia en el Banco de la Reserva Federal, guerra en el Medio Oriente, guerra comercial con México y China... Ojalá prevalezca el Trump que dijo sentirse honrado de haber sido recibido por Obama.

RUDOLF HOMMES

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