En una entrevista que publicó este diario el domingo pasado, afirma Ricardo Hausmann que Colombia es uno de los países con el menor número de inmigrantes en relación con su población (0,2 por ciento del total de habitantes). En Estados Unidos, esa proporción es del 13 por ciento; en Canadá, del 20; y en Australia, del 27. Hay 2,5 millones de colombianos viviendo fuera de su país, y solamente 110.000 extranjeros en Colombia.
A Hausmann le preocupa como economista este desbalance porque cree que los inmigrantes son una fuente importante de conocimiento especializado y natural. Esto influye sobre la diversificación de las exportaciones y de la producción nacional. Se necesitan nuevos productos y nuevos productos exportables. Si no sabemos cómo producirlos, hay que dejar entrar extranjeros a que lo hagan. Hausmann dice que los colombianos no somos conscientes de la colosal pérdida que implica mantener el país cerrado a la inmigración (ser el ‘Tíbet’ de América Latina).
La política de inmigración debe ser parte integral de la política económica y un componente crítico de la estrategia de desarrollo económico. Debe estar orientada a atraer inmigrantes, no a ahuyentarlos. La política de inmigración colombiana desconoce la importancia que esta puede tener en el desarrollo social y económico. Y esta ha sido la tradición. En épocas en las cuales el país pudo haberse beneficiado ampliamente de abrir sus puertas para acoger multitudes que estaban sufriendo en Europa, uno de los peores episodios de barbarie en la historia de la humanidad, hizo todo lo posible por no dejar entrar a las víctimas.
Un canciller supuestamente ilustrado protagonizó un episodio vergonzoso en la historia de Colombia. Plasmó en leyes, decretos y opiniones escritas lo que había leído en los panfletos antisemitas de la época. Les prohibió a los jefes de misiones diplomáticas de Colombia en Europa otorgarles visas a los judíos europeos para que pudieran refugiarse en Colombia, con el argumento de que vendrían a contaminar intelectual y moralmente a los colombianos.
Se les negó la entrada a miles de personas que debieron haber sido admitidas por razones humanitarias y tenían el talento y los recursos humanos que hubieran dado lugar a actividades que fructificaron, por ejemplo, en México, Brasil o Argentina. Se perdió la oportunidad de haber contado con una masa crítica de intelectuales, artistas, profesionales y empresarios de gran valor, pero también de obreros calificados, artesanos y en general de gente que por su conocimiento y su necesidad de sobrevivir hubiera podido hacerle dar un salto adelante a la economía nacional.
Los republicanos españoles después de la Guerra Civil y los miembros de partidos antiderechistas de toda Europa recibieron un tratamiento similar. Solamente pudimos cosechar los frutos de los pocos que pudieron entrar. Ellos sentaron las bases para la industrialización de los años 40 y 50, entrenaron a los maestros de la siguiente generación colombiana, fundaron carreras como las de antropología, historia y filología y se destacaron en todos los aspectos de la vida económica, académica, profesional e intelectual del país.
Dejamos pasar la oportunidad de haber acogido a los europeos del este después de la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. Y ahora estamos perdiendo la posibilidad de que inmigren los que huyen del descalabro gubernamental en Venezuela o las familias víctimas de la saña del Gobierno de Siria contra sus ciudadanos. Tiene razón Hausmann en llamarnos la atención. Estamos incurriendo en una pérdida formidable por dejar prevalecer nuestros prejuicios.
RUDOLF HOMMES
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