Al debate y al escándalo sobre los manuales de convivencia de los colegios, que han sido promovidos, aparentemente, sobre bases inventadas y documentos falsos, por el Procurador, líderes de distintas iglesias y la derecha en pleno, solamente les hicieron falta caridad cristiana y respeto por la verdad y el dolor de otros.
En contra de que se revisen las normas de convivencia de los colegios, han aparecido manifestaciones de rechazo por parte de obispos, pastores, rabinos y padres de familia. Pero casi nadie ha hecho referencia a que la orden de la Corte Constitucional al Ministerio de Educación de hacer esta revisión fue motivada por el suicidio de un joven homosexual inducido por exceso de matoneo de compañeros de colegio que se ensañaban contra él. Y cuando lo mencionan, como lo hizo un pastor protestante por radio en Cartagena esta semana, no ha sido para compadecer al joven o a su madre, que llevó el caso a estudio de la Corte, sino para preguntarse: “¿qué orientación habría recibido este joven en su casa?”. Este comentario es repugnante en boca de un religioso.
El mismo arzobispo de Bogotá hizo unas declaraciones sorprendentes que fueron transcritas en la versión electrónica de este diario el martes pasado en la noche. No se pueden citar exactamente porque cuando la noticia apareció en el diario impreso al día siguiente salió depurada. Aun en esa versión pasteurizada, el cardenal rechaza “la implementación de la ideología de género...”, lamenta que la Corte Constitucional y el Ministerio estén abusando del derecho para promover dicha ideología e invita a los fieles a sumarse a protestas públicas como la que tuvo lugar el miércoles frente al Ministerio de Educación, en la que se exhibieron los más bajos instintos de fanáticos civiles y religiosos.
Cuando le preguntaron si la intención de la Iglesia es intervenir en decisiones políticas de un Estado laico, respondió que no habla “desde la fe”, sino que hace “un llamado a que todas las personas, sin importar su credo, sean capaces de respetar al ser humano”. Ese respeto por el ser humano no parece incluir a la madre del joven que se suicidó, ni la admisión de que por lo menos se necesita cambiar la manera de pensar y de actuar de los niños y de los jóvenes para que no sigan torturando a los que les parecen homosexuales o simplemente diferentes. Hay que sustituir la ideología de crueldad y de persecución, que hoy impera y evoca episodios siniestros del catolicismo colombiano en el siglo XX, por una de conocimiento, respeto, comprensión y amor.
Si esto último es ideología de género, se acerca más a los valores originales de la mayoría de las religiones, incluida la católica, que a la posición radical, también ideológica, expresada por el arzobispo. Y esta no concuerda con la del propio papa Francisco, que está tratando de persuadir a los jerarcas de su Iglesia a admitir que ella no tenía el derecho de juzgar a la comunidad gay y que debe respetarla.
Es más, ha dicho que debe pedir perdón por la manera como los ha tratado, y “acompañarlos pastoralmente”. Les ha hecho eco a declaraciones del cardenal alemán Reinhard Marx, quien afirmó que la Iglesia se ha portado con los gais en forma “escandalosa y terrible”. No dijo, sin embargo, que sacerdotes que condenaban la homosexualidad en los púlpitos seducían niños inocentes en las sacristías.
No se puede ser indiferente a la posibilidad de que la educación sea dominada otra vez por las iglesias o a que en los colegios no se valore la diversidad ni se eduque a los jóvenes para manejarla. Los niños valoran la diversidad porque les permite pertenecer. Uno de ellos lo expresó de esta manera: “El colegio es una nota porque todos los niños son rarísimos”.
RUDOLF HOMMES