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Yuliana

Yuliana

Tal vez este capítulo nos obligue a vigilar este país de niños perdidos, a insistir en una educación que nos dé las riendas de nosotros mismos, a cuidar que nuestra indignación no sea otra violencia.

Comienza el lunes con la demoledora noticia de que un arquitecto de 38 años de Chapinero Alto raptó, violó, estranguló a una niña desplazada de 7 –una niña indígena del barrio de invasión Bosque Calderón– llamada Yuliana Samboní. Primero se queda uno mudo: tengo una hija. Después se le revuelve el estómago, derrotado por la realidad, porque aquí se sigue dando la violencia de los machos y de los poderosos porque se puede; porque Colombia sigue siendo el infierno de los hijos; porque no hay que ver noticias, sino apenas asomarse a la calle, para ver algún niño abusado; porque llegamos a las palabras “feminicidio” e “infanticidio” entre todos los inquilinos de esta cultura; porque la medida de nuestra tragedia es que en veintiún familias se da un depredador sexual y en veintiún familias se da una víctima cada día colombiano.

Viene luego el desfile grotesco de estos tiempos. Y como no es solo una procesión que reclama justicia, sino también es una turba que grita “¡linchen a ese hijueputa!”, uno se ve obligado a volver del shock: “un momento...”.

Está claro que no es posible narrar ni interpretar una historia que no ha terminado –apenas alcanza uno a sentirse abatido–, pero este 2016 desbocado ha conseguido que las redes sociales no solo eleven las reacciones a la categoría de reflexiones, sino que desdibujen incluso los odios. Y minutos después de pronunciada la noticia la ira ya no es porque una niña ha sido torturada por un narciso sin Dios ni ley, sino porque “la prensa” tarda (“¿por qué los medios lo quieren tapar?”) en apellidar a “el presunto asesino”: Uribe Noguera. Y sí, los teóricos de la conspiración se sienten obligados a comandar una justicia que no repara sino que venga. Y lapidan a otro por matar a la niña que no es, #Noriegapedófilo, y tildan de indolente a un país en guerra.

Ahí viene una uribista que, en el colmo del oportunismo, jura que el acuerdo de paz traerá violaciones, y osa criticarnos porque nos asquea este verdugo pero pactamos con los abusadores de la guerrilla: el “no” nunca descansa. Pasan ciertos adictos al odio, a la caza de modos de maldecir el mundo, que gritan contra “¡esos exalumnos del Gimnasio Moderno criados por niñeras!”, “¡esos asesinos del Chicó que consiguen la casa por cárcel!”. Y entonces un congresista reclama sangre en nombre de ellos. Y la emisora La FM pregunta a su audiencia si se debe matar o encerrar o castrar al violador: voten ya. Y la Fiscalía trata de demostrarle al tribunal de las redes que aquí no solo se da la justicia, sino que además se da en vivo y en directo y exprés: “va a salir el asesino por esa puerta...”.

Todos estos años los hombres se han estado vengando de las conquistas de las mujeres: esta violencia no ha sido la excepción sino la regla. Y quizás este capítulo de este año, que ha resumido el horror pero puede ser también un sacudón, sirva para que la justicia no se dé en el paredón, sino que suceda cuando –para reparar, para abrirle campo a la memoria, para que este ejemplo impida el siguiente– los jueces den a conocer lo que pasó como pasó, y en este caso, por ejemplo, Uribe Noguera –de ser condenado– viva al margen lo que le quede de vida, pero reparando a los Samboní. Sí, quizás esta guerra que ha empobrecido a tantos y ha enriquecido a unos cuantos nos haya acostumbrado a que nadie está mirando, pero tal vez la muerte de Yuliana no sea otra muerte inútil.

Tal vez nos obligue a vigilar este país de niños perdidos, a insistir en una educación que nos dé las riendas de nosotros mismos, a cuidar que nuestra indignación no sea otra violencia. Y la pregunta ya no sea cómo vamos a torturar a los que se hicieron victimarios, sino cómo vamos a reparar a las que nacieron víctimas.

RICARDO SILVA ROMEROwww.ricardosilvaromero.com

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