Se supone que Navidad es una tregua. Pero el martes 13 de este diciembre plagado de titulares patéticos e inclementes –“Donald Trump le ofrece un cargo a Sylvester Stallone en su gobierno”, “Isis se adjudica el ataque al mercado navideño de Berlín”, “Consejo de Estado afirma que hubo ‘engaño generalizado’ en la campaña del ‘no’ en el plebiscito”, “Senador uribista asegura que el gerente del ‘no’ estaba borracho cuando confesó sus trampas”, por Dios–, el Senado de la República de Colombia le dio su visto bueno a aquel referendo tiránico que pretende que este pueblo macho y endeudado y que poco vota decrete un domingo de misa que solo las parejas heterosexuales tienen derecho a adoptar.
Dicho de otro modo: el Senado, pastoreado por una liberal retardataria de apellido Morales, perdido como siempre en la demagogia que suele ganar las elecciones, sueña con que millones de colombianos –hartos de nuestras veleidades progresistas– declaren que no todos los colombianos son iguales ante la ley.
Hasta 1932 a las esposas se les prohibía administrar sus bienes. Hasta 1968 la patria potestad era solo del padre. Hasta 1974 las mujeres debían obediencia a sus maridos. Hasta 1976 no se aprobó el divorcio vincular, pero solo para el matrimonio civil. Hasta 1981 la homosexualidad no solo fue considerada una enfermedad, sino un delito. Hasta 1991 seguía llamándose ‘hijos ilegítimos’ a los ‘hijos extramatrimoniales’: falta mucho para que nuestra sociedad se reponga de haber sido levantada sobre la segregación. Apenas en 2015 se les permitió la adopción a las parejas homosexuales. Apenas en 2016 se le reconoció validez al matrimonio entre personas del mismo sexo. O sea que tardan, y cojean, pero un día las leyes alcanzan, reconocen, reglamentan esta realidad.
Es colombiano quedarse a vivir en el dogma, en una tierra propia e imaginada en donde uno siempre tiene la razón, hasta que la muerte lo tome por sorpresa. Pero el terco 2016 ha estado diciéndonos que –ojo con todo lo que viene: 2017– un día de estos la realidad se traga viva a la teoría.
Puede conducirse al pueblo como a un culto desmoralizado a gritar en las urnas que este país no es un país de homosexuales: la homofobia es el odio perfecto para los demagogos –me decía el otro día una amiga que se casó con su mejor amiga– porque une a las clases sociales y a las razas y a los sexos. Pero al día siguiente los colombianos seguirán enamorándose de quienes tengan que enamorarse, los colombianos solteros de cualquier orientación sexual seguirán sosteniendo al 51 por ciento de los hijos y los colombianos que vinieron al mundo a adoptar seguirán viviendo un viacrucis porque pueden pasar años antes de que un niño sea declarado adoptable por el ICBF, porque en el último minuto un juez prejuicioso puede echar para atrás esa larga espera, porque la adopción tendría que ser pero no es política de Estado.
Puede la ley normalizar el mundo: reconocer que las familias no se dictan sino que suceden como las historias de amor o los milagros de Navidad. Pero habrá que estar preparados para encarar al día siguiente esta realidad de embaucadores borrachos de sí mismos –estos días de Trumps, de fundamentalistas religiosos, de teóricos de la conspiración, de liberales involucionistas, de opositores de derecha de aquellos que durante el plebiscito fueron capaces de vociferar “no al aborto, no a quienes atacan a la familia, no al enfoque de género: por eso digo no a los acuerdos de La Habana”– siempre listos a meter miedos, a vivir en 1932 como si en 1932 sí hubiera sido posible darle la espalda a la vida.
Se supone que Navidad es una tregua, pero estos charlatanes van a seguir enarbolando la homofobia con tal de volver al poder.
Ricardo Silva Romerowww.ricardosilvaromero.com
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