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Paréntesis

La verdadera reforma es ser este gobierno en un país tan reticente a las reivindicaciones.

Tener cuero es buena parte de la vida. Es, sin duda, la mitad de cualquier trabajo. Pero de tanto en tanto, aun cuando los lectores sean tan cumplidos y tan generosos como los lectores de esta columna fúnebre, se le aparece a uno en el estómago la tentación de bloquear en las redes a esos troles calumniosos que habituados a “plantarse el guante” y a “juzgar por su condición” –y entronizados en sus inodoros condescendientes y letales– viven convencidos de que detrás de estos textos no está lo que se cree, lo que se siente y lo que se piensa, y nada más y nada menos, sino el biempensantismo, la mediocridad, el sesgo, la superioridad, la calvicie, el complot, la mala fe. Qué pesados e injuriosos que son. La palabra no es “cretinismo” sino “cretinazgo” porque lo suyo es una condición y una disciplina: una disposición para el desprecio.
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He bloqueado sin bullas ni remordimientos a algunos de estos matones de colegio. Pero juro que trato de no contestar con el estómago, y suelo recordar a tiempo que, de cierto modo enrevesado, los insultadores están en todo su derecho, y la otra mitad de cualquier trabajo es seguir. Si digo todo esto, y ya se me ha ido un párrafo y medio en el empeño, es porque seguimos perdiendo la capacidad de vivir rodeados de gente que no sea como nosotros. Y, en los malsanos días de “las noticias en desarrollo”, escribir estas columnas se ha vuelto dignificar obviedades: explicar –esta semana– que hay gente que cree, de buena fe, que la guerra colombiana no se gana negando la violencia estatal, ni persiguiendo cocaleros, ni delegándole la seguridad a quién sabe qué ejército, ni disparando a la población civil en escenas de crisis.

Pero sí querría responder “de malas”, como la Vicepresidenta, cuando detrás de ciertas infamias de redes noto la nostalgia por aquella Colombia clasista.

No me recomiendo a mí mismo especialmente. Pero sí me consta que no he tenido nada que ver con ningún gobierno. Y, sin ninguna intención de defender sus despidos por las redes, ni su alergia a la prensa ni la maña presidencial de ensombrecer su apuesta democrática con arrebatos de trol a primera hora del día –“me gusta el olor del napalm por la mañana”, dice un personaje de Apocalipsis ahora–, repito que este gobierno reivindicador e inexperto me parece bien porque su verdadera reforma es ser este gobierno en un país tan reticente a las reivindicaciones. Las reacciones viscerales a la entrevista que Cambio le hizo al Presidente, tan útil para la comprensión de la guerra de acá, recuerdan por qué esta sociedad desembocó en las protestas de 2021: nuestra tarea sigue siendo reconocer a tantas generaciones nacidas en la violencia política, en la clandestinidad, en el estigma, en la precarización, en el margen del margen, pero también a una clase trabajadora del siglo XXI que no persigue a nadie, sino que lucha, de puertas para adentro, lo más lejos posible del miedo.
Creo, de buena fe, que no será poco si esta presidencia sirve a que los unos dejemos de ser ciegos a los otros.
Cumplo meses de repetir las mismas frases con puntos suspensivos –“vamos a ver...”, “esperemos...”, digo como un columnista de pilas– cuando algún apocalíptico me exige a mí las condenas de la justicia o los resultados del Gobierno. No se me ocurre pedir empatías ni clemencias: la compasión por los políticos es el más alto grado de la compasión. Pero sí querría responder “de malas”, como la Vicepresidenta, cuando detrás de ciertas infamias de redes noto la nostalgia por aquella Colombia clasista que solía decir “que yo no me entere” y tendía a llamar “un buen vividero” a su versión del país. Y sí querría recordar que tenemos en común esta zozobra, de paces saboteadas sin piedad y estallidos sociales vigilados por bandas, y no perdemos nada devolviéndonos los unos a los otros el beneficio de la duda: por eso y para eso este paréntesis.
RICARDO SILVA ROMERO
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