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Nexos

Hay que recordar que Colombia ha sido país de exterminios precedidos de acusaciones irresponsables.

Por supuesto: es mejor prevenir que lamentar, pero dígaselo a usted a un país que no esté tan trastornado como este país en guerra.
En este lugar varado en los mismos caudillos desmentidos hasta el cansancio, entretenido en discusiones a muerte que duran un par de días, extraviado en campañas presidenciales, prematuras e inmarcesibles, que suelen enrarecer semejante rareza, lamentar sigue siendo un derecho fundamental: “Yo quiero pegar un grito y no me dejan...”. Qué más puede hacer la comprometida, compasiva, serena Comisión de la Verdad, por ejemplo, aparte de lamentar que “el exministro Pinzón no se haya retractado del juicio que profirió en Twitter”: “La mayoría de los comisionados registran afinidad ideológica o nexos con grupos armados”, sentenció, sin miramientos, vaya uno a saber por qué o para qué.
Si es para protagonizar la trama uribista, ahora que los precandidatos de este país de precandidatos andan abriéndoseles las gabardinas a los electores, entonces estamos ante el autorretrato de un apetito sin recatos. Si es para denunciar a un puñado de infiltrados de los grupos armados, en nombre de una nación en la que ya ni siquiera el más teórico soporta ni justifica la violencia política, entonces hasta hoy se trata de una acusación sin pruebas. Si está ejerciendo su derecho a participar en el debate sobre cómo reconocer y encarar y cortarle el paso a esta violencia colombiana que parece un tic, ahora que la Comisión de la Verdad ha reanudado sus diálogos para la no repetición, entonces su primer aporte ha sido la más colombiana de las falacias: no una crítica al trabajo de la Comisión, sino un ataque personal de los de antes.
Un ataque venido de la nada que ni siquiera una charla con el padre Francisco de Roux, el conciliador e invaluable presidente de la Comisión, ha conseguido echar para atrás: “Se aprecia un sesgo”, insistió el exministro Pinzón en un comunicado peor que la enfermedad, “no dije que algún miembro de la Comisión tenga cualquier nexo o pertenencia o subordinación o lealtad ante grupos armados...”, pero basta leer el primer párrafo de esta columna para tropezarse –en su tuit de la semana pasada– con la palabra ‘nexos’, y con su significado en todos los diccionarios del planeta.
Quizás ese peligroso señalamiento disfrazado de crítica no sea señal de un cambio de clima. Tal vez sea otro nubarrón perverso como las campañas de desprestigio contra la JEP o los lapsus estigmatizadores contra la Universidad Nacional. Pero vale la pena reseñarlo.
Uno se piensa dos veces cualquier reflexión sobre las declaraciones de un político en estos días de manadas atrincheradas en las redes –vaya uno a saber si está mordiendo algún anzuelo–, pero sí que vale la pena reseñar esto: es verdad que, como recuerdan las palabras de Pinzón, el plebiscito de 2016 probó que el liberalismo progresista debe superar aquella arrogancia que desprecia las creencias, las razones y las opiniones conservadoras, pero no hay que olvidar que Colombia ha sido un país de exterminios precedidos de acusaciones irresponsables, y últimamente demasiados líderes nuestros han estado cayendo en la vieja tentación bipartidista de estigmatizar, de reducir a enemigo a quien no se pliegue a su amañado llamado a la unidad, de desconocer su parte en este drama, de entorpecer la terapia que tanto hemos eludido.
No hay que ser un experto en lo humano para imaginar qué puede pasarle a una sociedad que se resiste a reconocer, a encarar y a pronunciar su violencia: puede sucederle Colombia.
No hay que ser un embajador europeo, de aquellos que notan nuestro empeño de superar la lógica empobrecida de la guerra, para sospechar que quien desconfíe del padre de Roux no está siendo serio.
Ricardo Silva Romero
www.ricardosilvaromero.com
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