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Macroeconomistas

Hablarles de compasión a macroeconomistas ha sido hablarles en otra lengua, hacerles perder tiempo.

Ricardo Silva Romero
Está claro que no solo estamos viviendo un año paradójico e inadmisible, sino una época decisiva. Diciembre se parece a enero, en el inclemente e inmisericorde 2020, porque a duras penas alcanzamos a contar el recrudecimiento de nuestra violencia; porque ha vuelto a hacerse todo lo que se puede para negar la pandemia y entrampar la paz y aplastar la protesta social como un capricho de malagradecidos; porque está librándose un pulso, que está redefiniéndonos, entre la solidaridad y el predominio. Digo todo esto porque el ministro Carrasquilla, tan lejano, incluso, de su propio gobierno, siempre ha puesto cara de exasperación de gurú que desprecia la política, cara de jartera de macroeconomista que está cansado de explicarles a los mortales los planes que igual no van a entender, pero este no era el año ni era la época para su soberbia.
El expresidente Uribe, empeñado en reformas populistas que le sirvan para seguir montando sus gobiernos lamentables, pidió que no vetaran a Carrasquilla por uribista o por “pésimo político” cuando aún buscaba la gerencia del Banco de la República, pero la verdad es que la nación más desigual de América Latina teme al ministro con plena razón por andar soltando frases despectivas e impertinentes –podría llamárseles “tecnicinismos”– de la talla de “el salario mínimo en Colombia es ridículamente alto”, “tendría que haber un Sisbén para los ricos”, “no me enriquecí con la emisión de los ‘bonos de agua’ ”, “me resbalan las críticas”, “tenemos la estructura tributaria de un país muy pobre”, como dejando migas displicentes en esta tierra que no sabe por dónde comenzar a repararse: por la guerra o por la pandemia o por la catástrofe invernal.
Suele pintarse a Carrasquilla como un economista brillante, técnico a morir para bien y para mal, con un carácter desdeñoso que a veces se le vuelve en contra, pero lo cierto es que esa defensa infantil de su talante, “es que él es así”, no solo carece de validez en este país que tanto resiente el desprecio de la microeconomía y el descrédito de la lucha por el bienestar de cada familia y cada negocio, sino que carece de sentido en el mundo de los adultos. Ve uno a los artistas brillantes que el martes pasado, en la jornada de ‘Canto por las regiones’, fueron capaces de convocarnos para reunir 1.095 millones de pesos destinados a las 80.000 familias damnificadas por la ola invernal. Ve uno a la periodista Amparo Pontón contando desde las islas, día por día, la torpeza de un Estado que no da la talla. Y resulta sensato que no se haya elegido ayer al enfrascado Carrasquilla como gerente del Banco de esta República.
Yo he vivido dedicado a la ficción –cada vez le veo más sentido, además, a ese modo de investigarnos– porque es en su territorio en donde suelen desmontarse los maniqueísmos y reivindicarse las complejidades: es en aquel territorio libre de propagandas, por ejemplo, en donde mejor podría uno mostrar que Carrasquilla no es solo una sonrisa ladeada e insolente que no viene al caso de Colombia, sino también un hijo, un padre, un marido, un vecino, un leal, un terco, un exento, un economista con los pies en las cifras, un técnico que se niega a descender a la política. En esta columna de los viernes de EL TIEMPO, en cambio, se ha hecho lo que se ha podido para no reducir a nadie a un par de salidas en falso, pero se ha insistido en que no por nada esta sociedad ha estado protestando contra esa manía de redefinirla y ponerla en cintura y decretarla y apaciguarla desde lo alto.
Hablarles de compasión a los macroeconomistas ha sido hablarles en otra lengua, hacerles perder su tiempo en bobadas, pero el giro de ayer recuerda que esta época será sobre la solidaridad o no será.
Ricardo Silva Romero
www.ricardosilvaromero.com
Ricardo Silva Romero
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