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IVA

No es la primera vez que nos amenazan con enquistarle el IVA a nuestro derecho a saber

No es claro si nuestra vieja clase política es cínica o mediocre o insensata. Pero es un hecho que nos pasamos la vida explicándoles lo obvio. Por ejemplo: por qué les recibimos cada aumento del IVA –y cada “ley de financiamiento”: cada retazo cosido a nuestra colcha tributaria– como una puñalada por la espalda.
Pues porque, mientras nuestros tecnócratas estiran la definición de ‘rico’ hasta volverla sinónimo de ‘endeudado’, mientras nuestros analistas nos explican que debemos dar las gracias porque en el primer mundo el impuesto de renta de las personas se multiplica por diez, mientras se nos pide más y más y más dinero para un Estado hostil en el que tocará seguir creyendo, la vieja clase dirigente se niega a encarar sus paraísos fiscales, sus evasiones, sus negocios que serán sucios “pero no son ilegales...”.
¿Por qué ante los titulares sobre las reformas tributarias no reaccionamos con un comprensivo “todos ponemos para que todos prosperemos”, sino con un hastiado “pero si no hacen más que repetirnos que ‘los corruptos’ nos roban cincuenta billones al año”? ¿Por qué el acrónimo IVA nos revuelve el estómago?

Y no es la primera vez que los promotores del IVA a la canasta familiar, que gritan que vamos mal ante el mercado internacional, terminan haciéndose los indignados

Pues porque no es la primera vez, sino la enésima, que nos aumentan los impuestos directos e indirectos con la promesa de que dentro de poco se verán los resultados y con la amenaza de que habrá que quitar subsidios si no pasa la ley.
Y no es la primera vez que nos amenazan con enquistarle el IVA a nuestro derecho a saber –para qué la censura si se les va a poner IVA a los libros, a los periódicos, a los textos escolares– hasta la madrugada en la que se echan atrás como perdonándonos la vida.
Y no es la primera vez que los promotores del IVA a la canasta familiar, que gritan que vamos mal ante el mercado internacional, terminan haciéndose los indignados: “¡Pero a quién se le ocurre ponerle IVA a la canasta familiar...!”, “¡pero qué desalmado se atreve a gravar las pensiones...!”.
Y no es la primera vez que todo termina en que la clase media, por cometer la insolencia de ser la clase media, es graduada de élite que debe pagar: “En Francia la gente le da al Estado más de la mitad de su sueldo...” –suelen decir los expertos–, pero en Francia no se le va a uno la otra mitad en las necesidades básicas.
Y no es la primera vez que la vieja clase política, negacionista, impúdica y nuestra, nos ordena que financiemos el país –con el ceño fruncido del padre que se cansó de mantener a sus hijos– sin haber recobrado la autoridad.
“¡Paguen más si quieren más!”, decretan los reyes de las puertas giratorias, los congresistas que se niegan a publicar sus declaraciones de renta, los señores feudales que no van a permitir que les sean gravados sus rendimientos, los líderes que, como engendrando la desesperanza en un laboratorio, están dejando hundir una por una las normas contra la corrupción por las que hace muy poco votó el treinta por ciento de esta Colombia mal censada: quiero decir que el círculo vicioso de la desconfianza, que ha empujado a la ciudadanía a confundir impuestos con extorsiones y ha puesto en aprietos a sus gobernantes a la hora de llevar a cabo las tareas aplazadas, solo se supera del todo cuando los dirigentes se atreven a administrar, a ejecutar, a dar ejemplo.
Hay economistas con sensibilidad política como hay cuerpos con alma. Camilo Herrera propuso, en Portafolio, un IVA universal del 8 por ciento que simplifique, evite evasiones y motive a la formalidad. Salomón Kalmanovitz habló, en EL TIEMPO, de la necesidad de que los grandes grupos empresariales del país pongan el 37 por ciento de todos los dividendos que reciben.
Pero cualquier propuesta sonará violenta e inútil mientras pagar impuestos no signifique invertir en lo de todos.
www.ricardosilvaromero.com
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