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Gestos

A pesar de su carácter reivindicador, en este Gobierno también ha habido gestos ambiguos.

Ricardo silva romero
Íbamos en que este era un gobierno reivindicador. Lo ha sido. De verdad lo es. Desde el soleado domingo de la posesión ha soltado gestos serios e importantes de reparación: la vicepresidencia de Francia Márquez, la interpretación de Hacia el Calvario que hizo la pianista Teresita Gómez mientras llegaba la espada de Bolívar, el nombramiento de Leonor Zalabata en la ONU, el llamado agónico a la Paz Total, el diálogo constante con Álvaro Uribe, la invitación al presidente de Fedegán al grupo que negocia con el Eln, el discurso sobre la guerra perdida contra las drogas en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el monólogo sobre el cambio, en el balcón, en una plaza por fin abierta a la ciudadanía, nos han dicho una y otra vez que este país no debe ni puede seguir siendo de pocos para pocos. Y, sin embargo, también ha habido gestos ambiguos, lamentables.
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Sí, el político existe para desilusionar al elector: para recordarnos, a la brava, que la democracia y la redención y la paz están en nuestras manos. Y sí, Colombia ha sido tierra de líderes decepcionantes. Pero esa no es excusa para despreciar al ICBF, para insultar el drama de las naciones ajenas mientras se empobrece la diplomacia del país, para echar a las patadas a esos tres ministros –esos tres símbolos leales– como negando por un rato la tarea de las reivindicaciones. María Isabel Urrutia, tan discutible, merecía respeto. Patricia Ariza, más allá de las dudas sobre su gestión, no solo ha hecho una vida y una obra en el nombre del cambio, sino que, días después de la condena al Estado por el exterminio de la UP, encarna la supervivencia y el coraje: “Creo en los afectos”, dijo a Semana, “hubiera querido que el Presidente me lo dijera mirándome a los ojos”.
Y el lúcido y honorable Alejandro Gaviria, el excandidato presidencial consciente desde el principio de que “estamos durmiendo encima de un volcán”, le sumaba cordura al reformismo: representaba la defensa de la libertad que pacta con la tarea de la igualdad, el liberalismo que pacta con la izquierda para detener al fascismo, y su presencia era una señal evidentísima de que este gobierno sabe que aquí nadie va a ganarle a nadie, que no se trata de reemplazar un sectarismo por el otro, que no hay que vivir en carne propia los errores de la historia, sino apenas conocerlos, para no repetirlos, y es posible cumplir la promesa fundamental de servirles a quienes han sido violentados sin desconocer las conquistas progresistas de los últimos cuarenta años, ni volverse ciego y sordo a la derecha democrática.

El político existe para desilusionar al elector: para recordarnos, a la brava, que la democracia y la redención y la paz están en nuestras manos.

Íbamos en que este gobierno sabe leer la historia. En que tiene clarísimo que estamos viendo el ascenso de las generaciones del milenio, de la Y a la Z, con sus irreverencias ejemplares y sus cancelaciones trágicas y sus echadas a patadas por las redes, pero también andamos viviendo un cambio de era en el que los viejos progresistas deben recordarles a los jóvenes que atrincherarse es contagioso, que quien cree en las reivindicaciones democráticas logra sumar voluntades, que el liberalismo intolerante ha empujado a demasiadas almas libres a redoblar la apuesta por la derecha, que hemos estado conviviendo con una multitud silenciosa, autocensurada, que termina votando “no” o votando por “el ingeniero” para no dejarse decretar el mundo.
Y si se sigue confundiendo hacer política con prevalecer, que ha vuelto a ser común en días de Twitter, seguiremos llegando a las elecciones con los dedos cruzados para que le sea entregado el poder a un gerente que ojalá crea un poquito en la inclusión.
No a los gestos turbios, no a la paranoia gubernamental, no al enfrascamiento que trae enfrascamiento: íbamos en que eso era lo que se estaba criticando.
RICARDO SILVA ROMERO
Ricardo silva romero
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