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Broma

Tal vez se trate de reconocerle a Ordóñez su derecho al trabajo: a otro trabajo.

Cada país tiene el suyo: ese político de ultraderecha con vocación de inquisidor –ese orgulloso persecutor de los derechos de las mujeres, de la comunidad LGBT, de los blasfemos apátridas que defienden la separación de la Iglesia y el Estado– que, atrapado en su propósito de reconquistar el país en nombre de su Dios, consigue que la clase política lo elija procurador general de la nación, ni más ni menos, y entonces, dueño y señor de semejante atalaya, se vale de todo su poder para reducir las leyes a su doble moral, para matonear y enlodar y detener y suspender a sus rivales políticos, para hacerle oposición al progresismo como haciendo su campaña presidencial con el dinero de nuestros impuestos. Cada país tiene el suyo: ese percudido e inescrupuloso político de ultraderecha. Pero solo en Colombia logra hacerse nombrar embajador ante la OEA.
Solo a un gobierno nuevo de este cojo Estado americano, que a duras penas se acuerda del mundo si el mundo lo desprecia, le cabe en la cabeza que una figura tan sectaria –¡Ordóñez!– puede ser un buen representante ante una organización creada para promover los derechos humanos y defender los valores democráticos.

Cada país tiene el suyo: ese percudido e inescrupuloso político de ultraderecha. Pero solo en Colombia logra hacerse nombrar embajador ante la OEA.

Se supo la semana pasada: que Ordóñez, el pensador torvo que escribió contra el reconocimiento de las parejas homosexuales en su tratado 'Hacia el libre desarrollo de la animalidad', el ángel exterminador que lanzó sus langostas contra las leyes del aborto y la eutanasia y la adopción gay, el vigilante de la corrupción que renunció a su puesto horas antes de ser notificado de su destitución por nombrar en altos cargos de la procuraduría a familiares de los magistrados que lo postularon, es nuestro embajador en la OEA. Como si el Gobierno no supiera lo importante que ha sido la organización para el país, lo progresista que viene siendo la secretaría de Almagro y lo deshonroso que es que en change.org 212.833 espontáneos ya hayan rechazado la designación de Ordóñez en la OEA y 25.388 ordoñistas ya hayan contraatacado en el nombre de la moral.
También la semana pasada, el domingo, 11’672.122 colombianos votaron la consulta anticorrupción contra los políticos que ven el Estado como un botín o una trinchera. Y el jueves, en el mismo Gimnasio Moderno de Bogotá en el que la OEA fue creada, la activista Elizabeth Castillo lanzó su libro 'No somos etcétera' –las memorias fascinantes del movimiento LGBT en Colombia– con una advertencia vital: seguimos pagándoles el sueldo a los fundamentalistas, a los farsantes que mintieron hasta el último minuto para sabotear las votaciones del domingo, a los politiqueros recalcitrantes que pretenden que no sean los funcionarios ni los médicos, sino las instituciones, las que acudan a la objeción de conciencia a la hora de interrumpir un embarazo, de practicar una eutanasia, de casar a una pareja homosexual que quiere tener hijos.
Pero el presidente Duque, que tan bien conoce los pasillos de Washington, que tan alto ha izado la idea de un cerco diplomático a la dictadura venezolana, que tan claro ha entendido lo costoso que es para una democracia despreciar los derechos de las minorías y tan rápido ha captado la necesidad de desoír a los fanáticos de su partido y de destejer la cultura de la corrupción y de desterrar el clientelismo salvaje de los regímenes criollos, ha nombrado en la OEA a un insultador de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Tal vez se trate de reconocerle a Ordóñez su derecho al trabajo: a otro trabajo. Puede ser que no haya otra garita dónde acomodarlo. Puede ser que todo sea una broma. Y este sea un buen momento para silbar el himno nacional como silbando una ironía, como encogiéndonos de hombros ante los pasos en falso que damos en el mundo.
RICARDO SILVA ROMERO
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