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Ansiedad

Nuestra democracia necesita nuevos modos de oírnos y representarnos.

Se habla un poco más de 2022 que de 2020 porque una buena parte de Colombia ya ha dado por perdido este gobierno. Se lanzan Petro, Fajardo, Robledo –y empiezan las voces del progresismo a caer en la viejísima maña de señalarse, las unas a las otras, de ser peores que los contendores, de inclinarse solapadamente a la derecha, de servirle al establecimiento– no solo porque hoy hacer política es hacer campaña, sino porque a estas alturas del melancólico mandato de Duque, en medio de la crisis de las Fuerzas Armadas, de los cercos imaginarios a Venezuela, de los seminarios sobre la economía naranja, de las salidas en falso de los prohibicionistas y los negacionistas, tiene uno la sensación de que lo mejor es protestar hasta que por fin vuelvan las elecciones.
Por supuesto, el progresismo, un hemisferio que empieza en la izquierda combativa y termina en el liberalismo democrático, suele despreciar sus matices y ser reacio a la unidad, y no será raro que se nos vengan dos años de desaprovechar la estrepitosa caída de las viejas jerarquías, dos años de traiciones que serían menos patéticas si se dieran entre líderes con posibilidades de llegar al poder, dos años de esa superioridad moral que desprecia a aquel enorme sector del electorado que sigue entendiendo el progresismo como una amenaza a sus valores y a sus bienes, dos años de, por ejemplo, expectorar ataques contra la alcaldesa López –se empezó con el protocolo para las marchas– a ver si al final solo queda en pie uno de los opositores de la vieja clase política colombiana.
De nada servirá hacer notar que en pleno paro contra el Gobierno cierto progresismo hablaba de “el autoritarismo de la alcaldesa” y cierta derecha denunciaba su “falta de autoridad” como si ya nada fuera con Duque.

Estamos en campaña presidencial, sí, porque este gobierno a duras penas ha representado a sus votantes y ha parecido de salida desde que llegó

De nada servirá recordar, como llamando a la sensatez y a la oposición leal, el manejo –con Esmad incluido– que el alcalde Petro les dio a los disturbios tanto del 28 de febrero de 2012 como del 19 de agosto de 2013: “Esto no tiene arreglo”, se dirá el día de la derrota.
Estamos en campaña presidencial, sí, porque este gobierno a duras penas ha representado a sus votantes y ha parecido de salida desde que llegó. Es fácil tener en mente la frase de la desgarradora protagonista de Un tranvía llamado deseo, “siempre he confiado en la bondad de los extraños”, cuando uno vive a merced del mundo, pero hoy en día es usual sentir, mientras se leen los titulares en los teléfonos, que solo queda confiar en que los sicarios se apiaden de los líderes sociales, los encapuchados se nieguen a deslegitimar la protesta social y los agentes de la inteligencia estatal tengan el coraje para depurar sus equipos, porque del Gobierno solo vendrán promesas como que habrá “sanciones ejemplares” e “investigaciones exhaustivas”.
Y clichés de esas derechas que, a diferencia de los progresismos, sí tienden a reagruparse en los momentos definitivos.
Quizás estemos más pendientes de 2022 que de 2020 y vivamos en campaña presidencial como viviendo en la imaginación, pues, como se ha dicho tantas veces, no hemos terminado de conseguir que nuestra democracia sea representativa ni participativa. Que el senador Mockus pierda su curul quiere decir, más allá de los pulsos jurídicos, gústele a uno o no, que 549.734 electores se han quedado sin su delegado. Y recuerda que lo que está pasando –que las protestas crezcan, que se tramiten revocatorias en Twitter a los veinte días de un mandato y se anhelen ansiosamente las próximas elecciones presidenciales desde la noche de las elecciones presidenciales– prueba que nuestra democracia necesita nuevos modos de oírnos y representarnos. Es de sentido común. Pero incluso lo humano requiere voluntad política.
www.ricardosilvaromero.com
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