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2019

Sobre todo aspiro a criticar lo que suceda sin dejarme meter el cuento de que criticar es polarizar.

Cuando fueron las 12:05 a. m. del 1.° de enero de 2019, luego de abrazarnos para que este sea un “feliz año”, nos paramos en la ventana de la sala a ver qué estaba pasando allá fuera. La ventana de la sala suele ser un espejo, y entonces, en la encendida fachada de enfrente, vimos familias abrazándose para que este sea un “feliz año”. Pero luego notamos que abajo, en la acera y en la calle, había un par de señoras, y un par de niños, y un par de viejos –y empezaron a aparecer más y más personas– que cumplían con la tradición supersticiosa de darle la vuelta a la manzana con una maleta “para viajar mucho en los doce meses que vienen”. Primero pensé que no tenía gracia porque eran maletas con ruedas: “Así quién no...”. Pensé después que en Colombia se vive con la tentación de irse.
Es que en este país puede pasar sin problema que una cuenta oficial de Twitter, @Supernotariado, “la guarda de la fe pública” ni más ni menos, sea utilizada por un contratista del Gobierno para lapidar e injuriar a dos investigadores extraordinarios –a Coronell y a Martínez– con las siguientes palabras sin tildes ni sintaxis: “no sea hp ‘periodista’ de 3 pesos usted solo es un cabron que le lame el culo al judío de Tame”. Es que aquí fácilmente puede pasar que la politóloga Cabal, toda una senadora de la República de Colombia, no solo no consiga entender lo grave que es que cualquiera se tome lo público para tramitar sus venganzas, sino que, ante la noticia de ese matoneo infame, tenga los pulmones para reducir a los periodistas violentados a una “gavilla periodística mamerta” que sale “a chillar por unos pinches trinos”.
Tengo ciertos propósitos para este 2019 que empezó en 2016. Quiero describir este extrañísimo lugar del mundo, que es describir de paso el mundo, de la manera más precisa que se me ocurra. Espero poner en evidencia los abusos de los poderosos, a diestra y siniestra, sin caer en superioridades de liberales, ni eufemismos, ni paranoias, ni deslealtades, ni estigmatizaciones, ni cinismos ni desprecios. Pero sobre todo aspiro a criticar lo que suceda sin dejarme meter el cuento de que criticar es polarizar y destruir, sin saber lo que pienso de las cosas antes de que pasen, sin perder de vista la compasión y el humor y la belleza, sin cederle un solo segundo de mi paz al jueguito de mesa de los politiqueros, sin amargarme ni un poco por los chistecitos que sueltan los congresistas lenguaraces: “... a chillar por unos pinches trinos”.
Si algo fue clarísimo al final del año que acaba de acabarse –si algo fue bueno y fue esperanzador del pantanoso 2018– es que este mismo Congreso, escenario del delirio y el desmadre, ha sido el lugar en el que una generación sin taras ni sectarismos ha estado proponiendo mejores leyes y le ha estado devolviendo el significado original a la palabra ‘política’: Angélica Lozano ha encarado los desmanes y ha encarnado a la ciudadanía como lo ha hecho desde que empezó su carrera; Juanita Goebertus ha defendido el sentido de los acuerdos de paz de cara a sus representados; Katherine Miranda ha enfrentado los abusos de poder en nombre de sus electores mockusianos; Catalina Ortiz ha señalado a tiempo las peligrosas improvisaciones; María José Pizarro ha hecho una oposición corajuda con la solidaridad como criterio.
Que nadie le dé la vuelta a la manzana para escaparse, por muy poco, de este sitio. Que ninguno acá le tema al mundo, pero que no se vaya de Colombia nadie que no quiera irse. En estos cinco pisos térmicos se dan los lagartos, los zánganos, los parásitos y los sátrapas. Pero también estas representantes nuevas e inéditas que cometen la osadía de cumplir a diario su promesa: seguir su ejemplo, aquí, es mi propósito.
www.ricardosilvaromero.com
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