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¿Adónde nos llevarán las firmas?

Una incertidumbre nunca vista pesa sobre el común de los colombianos. Cualquier cosa puede pasar.

Faltando solo ocho meses para las elecciones presidenciales, reina en Colombia un desconcierto nunca antes visto. Nadie sabe para dónde va el país. Grandes escándalos de corrupción salpican constantemente nuestro mundo político y a los partidos que dominan el Congreso. Sin darse cuenta de que el Gobierno y la oposición, duramente enfrentados, le ofrecen al país rumbos diametralmente opuestos, muchos ciudadanos lo ven solo como una pugna alimentada por intereses personales entre santistas y uribistas. Seguramente acudirán a las urnas en busca de otra alternativa.
Este desengaño se extiende a las tres ramas del poder público. El Ejecutivo, o sea el gobierno de Santos, tiene, según la última encuesta, la desaprobación de un 71 % de los colombianos. Juegan en su contra la inseguridad, el peligroso crecimiento de los cultivos de coca, las alarmantes concesiones dadas a las Farc y, sobre todo, el progresivo derrumbe de la economía nacional, que se manifiesta en la caída del PIB, el aumento de la deuda pública, la frontal caída de la inversión y una excesiva carga tributaria que lastima tanto al consumidor como al comercio. Nada permite prever una pronta recuperación económica. Son factores del desasosiego y la incertidumbre que se advierten en el país.
Cuando menos se esperaba, las escandalosas coimas de Odebrecht, que a lo largo del último año habían ocasionado la detención de funcionarios públicos, de congresistas y poderosos caciques electorales, sacudieron al país cuando se supo que también habían enlodado a magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Era lo que faltaba para que el país quedara sumido en un total desconcierto.

Cuando menos se esperaba, las escandalosas coimas de Odebrecht, que a lo largo del último año habían ocasionado la detención de funcionarios públicos, de congresistas y poderosos caciques electorales

Como el próximo debate electoral no está regido, como en otra época, por fuertes partidos, las aspiraciones individuales han florecido hasta el punto de que son treinta los precandidatos que han saltado al ruedo. Parecería una ópera buffa si no tomáramos en cuenta que entre ellos hay figuras valiosas que conocen los problemas del país. Ninguno, por cierto, aparece muy favorecido en las encuestas. A falta de partido, 26 precandidatos han tenido que recurrir a la recolección de firmas para sustentar su aspiración. El más inesperado de ellos fue Germán Vargas Lleras. Lo hizo en busca de una limpia imagen, ajena a los vicios políticos. ¿Olvidarán los electores las aguas del poder donde estuvo pescando? Por lo pronto, es un candidato que tiene opciones de llegar a la segunda vuelta.
¿Qué tema será prioritario en el próximo debate? Santos y los candidatos fieles al Gobierno seguirán enarbolando el emblema de la paz como una irreversible conquista. La famosa politóloga guatemalteca Gloria Álvarez ha sabido desvirtuar este mito cuando se llega a un acuerdo con solo uno de los actores armados, dejando a un lado a otros como el Eln y las bandas ligadas al narcotráfico. Citemos el caso de Guatemala, en donde en 1996 se llegó a un acuerdo, tras treinta y seis años de guerra, y la paz no llegó. La acción de las maras y otras pandillas ligadas al tráfico de droga genera más muertos y más inseguridad. Es lo que puede ocurrir en Colombia.
Ajeno al clientelismo y a la ‘mermelada’, el Centro Democrático cumple con el papel y la estructura de un partido moderno. ¿Podrá convencer de ello al descreído elector raso? No se sabe aún cuál será su candidato. Por valiosos que sean los cinco aspirantes que buscan esta nominación, ninguno de ellos tiene una relevante posición en las encuestas. Hacer de él un candidato con grandes opciones es tarea del expresidente Uribe.
Como sea, una incertidumbre nunca vista pesa sobre el común de los colombianos. Cualquier cosa puede pasar. Estamos en una situación parecida a la de Venezuela hace diecisiete años. El total desencanto producido por nuestro mundo político puede abrirle las puertas del poder a un outsider, como se las abrió a Chávez.
PLINIO APULEYO MENDOZA
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