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La nación de los canguros

La relación de Australia con su animal nacional tiene un costado mucho más oscuro.

Peter Singer
El canguro rojo (el mayor de todas las especies de canguro) es el animal nacional de Australia. Hay canguros en el escudo de armas del país, en las monedas, en los uniformes deportivos y en los aviones de la aerolínea australiana más popular. Si salgo de excursión y veo a estos magníficos animales a los saltos por el campo australiano, no puedo dejar de sentir que estoy en un país único, provisto de una flora y fauna distintiva. Pero como demuestra un documental reciente internacionalmente aclamado para el que me entrevistaron, 'El canguro: una historia de amor-odio', la relación de Australia con los canguros tiene un costado mucho más oscuro.
Cada año, los cazadores matan a millones de canguros (nadie sabe exactamente cuántos), en la matanza comercial de fauna terrestre más grande del mundo. Los gobiernos de los estados de Australia emiten cuotas de caza que, en años recientes, permitieron matar a más de cinco millones de canguros; pero esas cuotas no son un indicador fiable de la cantidad real de muertes. Por un lado, algunas quedan sin usar, así que puede ser que la cantidad de canguros muertos no llegue a cinco millones. Pero, por otro lado, no se cuenta a los cientos de miles de cachorros que todavía están en el marsupio cuando se mata a la madre, quienes también morirán indefectiblemente. Además, nadie sabe a cuántos canguros se mata ilegalmente por fuera del sistema de cuotas.
Esta matanza obedece a dos grandes razones. En primer lugar, la venta de la carne, la piel y el pelo. Los indígenas australianos cazaban y comían canguros, pero entre los australianos urbanos la carne no es muy apreciada (según un estudio, sólo el 14 % de la gente come canguro cuatro o más veces al año). Muchos turistas que vienen a Australia la prueban, y también hay una modesta industria exportadora, pero la mayor parte termina como alimento para mascotas. La piel de canguro se usa para hacer cuero, y el pelo para suvenires.
La otra gran razón para matar canguros es que los ganaderos los consideran una plaga, ya que se comen el pasto reservado para alimentar vacas y ovejas, que son más rentables.
Hay datos que indican que hoy en Australia hay más canguros que a la llegada de los europeos, pero son materia de discusión: en muchas partes de Australia donde en otros tiempos los canguros abundaban, hoy son escasos. Algunas especies están en peligro de extinción, pero el Gobierno australiano asegura que las cuatro cuya caza es legal (entre ellas, el canguro rojo) no lo están; hay faunólogos que no están de acuerdo. Sin embargo, la polémica por la matanza de canguros no depende de eso, ya que el peligro de extinción no es el único factor en juego. Básicamente, lo que se discute es el modo inhumano en que mueren muchos de ellos.
El código profesional de los cazadores de canguros estipula que hay que matar al animal con un solo tiro en la cabeza, para provocarle una muerte instantánea o casi. Pero un informe encargado por el Gobierno australiano señala que al menos 100.000 canguros mueren cada año por disparos en otras partes del cuerpo; se trata de una muerte probablemente dolorosa. También hay que hablar de los cachorros, de los que cada año mueren hasta 800.000; generalmente los matan a golpes cazadores que no quieren gastar otra bala. Los cachorros de más edad que al momento de la muerte de la madre están fuera del marsupio tal vez puedan aprovechar la oscuridad para huir (los cazadores comerciales de canguro trabajan de noche), pero morirán de hambre.
Como la caza de canguros tiene lugar en áreas remotas, no hay un modo práctico de hacer cumplir normas de matanza compasiva. Tampoco es posible criar a los canguros en granjas para luego llevarlos al matadero; son animales salvajes y no es posible arrearlos o hacerlos subir a un camión. Dada su facilidad para saltar por encima de los vallados habituales, pretender encerrarlos en un campo o evitar que entren a los inmensos ranchos ganaderos típicos de la Australia profunda sería prohibitivamente caro.
Pero la matanza masiva de canguros suscita todavía una cuestión ética más profunda. ¿Es correcto preferir las vacas y las ovejas, y el dinero que generan para la comunidad, a los animales nativos de poco valor comercial que no son dañinos para el medioambiente como sí lo es el ganado en el árido interior de Australia?
Es una cuestión que se repite en todo el mundo. Hay otras formas de asesinar a un animal salvaje, además de dispararle. También podemos hacerlo, con no menos crueldad, cuando nos apropiamos de su hábitat. Si tanto se habló del desplazamiento y matanza de orangutanes por las plantaciones de aceite de palma en Borneo es porque nos resulta fácil identificarnos con animales cercanamente emparentados que dan muestras de evidente inteligencia. Pero en todo el mundo, la expansión de la población humana está dejando cada vez menos espacio para los animales salvajes.
Nos oponemos, y con razón, a que un país invada el territorio de otro. En ‘The Outermost House’ (La casa más lejana), el naturalista estadounidense Henry Beston escribió, refiriéndose a los animales no humanos: “No son hermanos ni subordinados, son otras naciones; atrapados con nosotros en la red de la vida y el tiempo, prisioneros, como nosotros, del esplendor y el sufrimiento de la Tierra”. Debemos tomarnos en serio la idea de que quitarles el hábitat a los animales salvajes es como invadir otro país, aunque con habitantes de otra especie.
PETER SINGER
Profesor de Bioética en la Universidad de Princeton, profesor laureado en la Universidad de Melbourne y fundador de la organización sin fines de lucro 'The Life You Can Save'.
www.project-syndicate.org
Peter Singer
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