Confundimos con frecuencia las palabras lealtad y fidelidad. La primera tiene que ver con las personas, somos leales a nuestros amigos, a nuestros comandantes, a nuestros hijos, padres y esposas; somos leales a nuestros subordinados y también a nuestros compañeros. La fidelidad es hacia las instituciones, hacia la unidad a la que sirvo; la fidelidad es para con la patria y sus símbolos; la fidelidad es inherente a la familia, pilar de la sociedad.
En nuestro Manual Fundamental del Ejército MFE 1.0, ‘El Ejército’ de la renovada doctrina Damasco, está escrito que los valores, categoría en la que se encuentran la fidelidad y la lealtad, “son las convicciones profundas y superiores en las que se sustenta el actuar del soldado y todos los miembros que conforman la institución”. Pero existe otro vocablo, demasiado profundo y vertebral para el funcionamiento de cualquier fuerza militar: la confianza, que sirve de puente para edificar los valores y principios de cualquier organización castrense y, por supuesto, esencial para construir sociedades cohesionadas y éticas.
La confianza es el fundamento de la profesión militar, y es el principal dinamizador del Mando Tipo Misión (MTM); no es posible que sin ella los comandantes superiores y subordinados ejerciten el MTM, y líderes ágiles sean empoderados para el cumplimiento exitoso de la misión. En los actuales escenarios mundiales, caracterizados por matices de gran complejidad e incertidumbre, los ejércitos se enfrentan a amenazas antrópicas y no antrópicas, que obligan a tener tropas dispersas y aisladas y, por ende, es imperativa la descentralización del mando basada en la confianza, en todos los niveles de la guerra: estratégico, operacional y táctico.
El Ejército Nacional de Colombia basa su efectividad en la confianza entre los soldados y sus comandantes; entre los soldados, sus familias y la institución, pero también la confianza del pueblo colombiano en la Fuerza Terrestre de la Nación es determinante para el logro de los objetivos nacionales; y lo más importante, la confianza y fe absolutas en Dios, pues este ejército victorioso guía todas sus actuaciones y pone su presente y futuro en manos del Todopoderoso.
A lo largo de la historia, la confianza ha sido piedra angular del liderazgo. Moisés, ícono del pueblo de Israel, delegó el mando en el gran guerrero Josué, y le encomendó la misión de llevar a los judíos a la Tierra Prometida, no sin antes haber sido probada su confianza y lealtad en el episodio de la exploración de los doce espías a Canaán. En la batalla del Pantano de Vargas, el 25 de julio de 1819, el Libertador Bolívar ordenó al coronel Rondón: “Salve usted la patria”, ante la inminente derrota del ejército patriota a manos de las tropas españolas, pues Rondón era un hombre digno de confianza y leal.
El presidente Roosevelt, en 1944, tomó una de las decisiones más difíciles durante la Segunda Guerra Mundial al nombrar al comandante de las tropas aliadas para planear y ejecutar el mayor desembarco de la historia militar, la operación Overlord, en Normandía (Francia). En efecto, tenía una terna de primera: los generales Marshall, Patton y Eisenhower. Finalmente, la decisión apuntó a quien más confianza le inspiraba, por sus grandes dotes de planificador y hombre leal y fiel escudero, que, a la postre, fue esa misma confianza del pueblo estadounidense lo que le valió ser a Eisenhower, en 1953, el presidente número 34 de los Estados Unidos de América.
El Ejército Nacional es digno de confianza, el mismo que ganó la victoria militar; un ejército cohesionado que conquista el futuro de manera prudente y responsable, fiel a los poderes del Estado y a los preceptos constitucionales y legales, que sirve con honor y lealtad a todos los colombianos.
Coronel Pedro Javier Rojas Guevara
* Director del Centro de doctrina del Ejército Nacional
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