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¿Se acabaría primero la democracia que el capitalismo?

El egoísmo y la ambición nos están ganando. No solo en lo económico sino en lo democrático.

En una clase de microeconomía aplicada discutíamos con los alumnos sobre la naturaleza del consumidor y la toma de decisiones. De cómo la economía había nacido de la filosofía. De cómo algunos seres humanos son capaces de decidir pensando en el bienestar general, anteponiendo la solidaridad, la cooperación y la construcción colectiva de un futuro a sus intereses personales, mientras otros pensaban más en sí mismos, en sus victorias y en lo que pueden lograr. Hablábamos de cómo ambas posiciones eran válidas, pero lo que no era válido era destruir o aprovecharse de otros para lograr intereses generales o particulares.
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Y en esa discusión nos adentramos en el debate académico de qué era el capitalismo y de su duración. Y hablamos de los sistemas económicos que han existido, de cómo antes éramos nómadas y luego cultivadores (sistema comunitario antes del 5000 a. C.), del esclavismo (del 5000 a. C. como hasta el 1000 d. C. y un poco más), para luego pasar al feudalismo (aproximadamente del 1000 d. C. al 1700 d. C.) y finalmente llegar al capitalismo (desde 1700 hasta hoy). Así que, en dimensiones reales, vimos que en miles y miles de años de existencia se han tenido unos cuatro sistemas dominantes de producción.
Y en este debate, analizamos que el capitalismo existe en una relación de doble vía entre la producción y el consumo. El primero con un rol de proveer bienes y servicios bajo un esquema de sistemas productivos que deben reconocer el valor del trabajo con equidad y generar una producción amigable con el medio ambiente. Los segundos, los consumidores, deben tener un consumo responsable que les permita atender sus necesidades al tiempo que controlan el consumo de bienes superfluos que brindan una satisfacción temporal. Porque el sistema capitalista es de dos columnas:  productores y consumidores. Las empresas producen aquello susceptible de ser vendido, en otras palabras, de ser consumido por alguien más. Y desde ambos lados actúa el ser humano y no debe hacerlo con ego sin pensar en otros a la hora de satisfacer deseos y necesidades pues esto puede causar daño a la sociedad, desde cualquiera de las dos orillas. Ahora bien, estando en este debate un estudiante dice: “¿Eso quiere decir que durante muchos años más estaremos bajo este sistema económico, que de seguro y como vamos se acabaría primero la democracia que el capitalismo?”. A ver, digo. Esa discusión no es totalmente académica en el marco de esta clase, pero ¿cómo es eso? “Sí, me dice, mientras consumamos habrá quien produzca y posiblemente la transición hacia otro modelo sea lenta, pero en la democracia el sistema está desgastado, polarizado y ya casi nadie cree en los políticos, cada vez hay más activistas, grupos de la sociedad organizados y líderes sociales que jalonan procesos de transformación”.

Necesitamos empresarios, consumidores, políticos, electores, mejor dicho, personas más conscientes de su relación con el otro, de su existencia como parte de un todo que va más allá de sí mismos.

“Es un análisis con muchas aristas, el que planteas”, le digo. De manera general, la democracia si la pensáramos como un sistema económico debería producir líderes capaces de generar transformaciones sociales que generen bienestar social y ser elegidos por esa capacidad. Sin embargo, los líderes parecieran más preocupados por satisfacer su ambición de poder, pues han antepuesto sus intereses personales al interés general, lo cual se vislumbra a través de discursos divisorios y anulatorios de otros. Y los electores, como consumidores, demandarían lo que hay en el mercado, así que podrían verse en tres grupos: quienes no salen al mercado a sentar su posición a través del voto, quienes salen con una opinión sólida a votar, y quienes tramitan y negocian el voto por el interés personal.
Y es posible que la respuesta a tu pregunta sea que no sé cuál se acabe primero, pero lo que sí puede ser cierto es que el egoísmo y la ambición nos están ganando. No solo en lo económico sino en lo democrático. Necesitamos empresarios, consumidores, políticos, electores, mejor dicho, personas más conscientes de su relación con el otro, de su existencia como parte de un todo que va más allá de sí mismos. Pero en el proceso de tomar conciencia de ello de seguro pasarán algunas generaciones más. Y así, mientras algunos mantengamos el interés genuino en lo colaborativo, participativo, general y solidario, evolucionaremos hacia un sistema político y económico más eficiente, participativo y constructivo.
PATRICIA RINCÓN MAZO
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