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La plaga

El mayor riesgo del coronavirus no está en la economía, sino en el futuro de los más débiles.

Paola Ochoa
Lo dijo el premio nobel de Economía Paul Krugman hace dos días: nadie imaginó que el nuevo embate económico mundial viniera por cuenta de un virus. Y es que, por primera vez en la historia, el derrumbe de las bolsas globales no es por las deudas de nadie, ni por las hipotecas de nadie, ni por el colapso de nadie, ni por el petróleo de nadie, ni por los chepitos de nadie, ni por los tiburones de Wall Street que son voraces como nadie.
Esta vez las bolsas mundiales sucumbieron ante al pánico biológico por el coronavirus y la subsecuente seguidilla de noticias que rayan entre el sentido común y el absurdo: Estados Unidos prohibió los viajes de negocios a medio mundo, los niños japoneses no irán a clases por dos meses y punto, los grandes eventos mundiales están siendo cancelados, los viajes en avión han caído cuesta abajo, los barrios de Milán están aislados, los tapabocas se están agotando, los geles antibacteriales escasean por todos lados, los respiradores en los hospitales no dan abasto, y hasta los gringos emitieron una guía para cortarse la barba y el bigote a fin de prevenir el contagio.
A eso se suma el volumen gigantesco de pedidos chinos represados, con el efecto dominó que eso está creando sobre industrias enteras a lo largo y ancho del globo terráqueo, cuyas cadenas de suministro están más embolatadas que un pingüino en un desierto. China es la gran fábrica del mundo y el mayor vector de contagio en este momento de nuestro tiempo.
Solo en 12 semanas, el coronavirus se ha expandido a la velocidad del rayo: hoy llega a más de 60 países con 88.000 casos y 2.800 muertos. Es cierto que comparado con otras pandemias de siglos pasados parece un juego de niños, pero las cosas hay que mirarlas en comparación con los virus mortales del siglo XXI: mientras que la neumonía por influenza estacional mata hasta 60.000 personas en un año malo en los Estados Unidos, el coronavirus podría multiplicar esa cifra hasta por 10 veces en el peor escenario, según los cálculos de la última revista 'The Economist'.
Las cuentas del semanario británico dan escalofrío: solo en Estados Unidos podrían llegar a morir hasta 600.000 personas, mientras que en el resto del mundo se calcula que entre el 25 % y el 70 % de la población se puede contagiar por el virus, cuya tasa de mortalidad está por encima del 2 %. No hay vacunas ni curas a la vista, y por eso la ciudadanía mundial está aterrorizada con la amenaza que ello supone para la supervivencia de sus familias.
Y es que, una vez más, se pone a prueba la regla número uno de la historia de la humanidad: solo los más fuertes sobrevivirán. El coronavirus constituye una amenaza potencialmente letal para los mayores de 50 años, para las personas con problemas de salud, y para los millones de desnutridos o mal alimentados. De ahí que las voces más prominentes adviertan que los platos rotos van a correr por cuenta de los más pobres, los más hambrientos y los más necesitados.
Y eso pone de relieve el problema al que se enfrenta el Gobierno colombiano: 13 millones de pobres y 1,7 millones de migrantes venezolanos. De ahí que el Gobierno –y todos los gobiernos como insiste 'The Economist'– debería prepararse para un embate violento del coronavirus entre sus ciudadanos más desafortunados, en lugar de gastar tantas energías en frenarlo. No nos echemos carretazos: el virus ya está en México, Brasil, Ecuador, y es solo cuestión de días su aparición en territorio colombiano.
El mayor riesgo para Colombia no es que se enferme la economía ni que se derrumben los precios del petróleo, o que el dólar suba por los cielos. El gran riesgo se erige ante nuestros propios ojos: la amenaza que ello supone para la supervivencia de los más débiles y hambrientos.
PAOLA OCHOA
En Twitter: @PaolaOchoaAmaya
Paola Ochoa
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