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El país les cierra las puertas a las economías disruptivas

Nuestra historia económica está llena de estrategias anticompetitivas ideadas para cerrar mercados.

* Columna de José Miguel de la Calle, abogado de la Universidad del Rosario y profesor universitario.
El anuncio de la salida de Uber del país coincidió con la noticia de que la empresa de patinetas eléctricas Lime también se retira del mercado. Aunque la situación de cada empresa o sector tiene sus propias particularidades, no dudamos en afirmar que en este país existe una cortina invisible que detiene o retrasa la entrada de la nuevas economías innovadoras y disruptivas, lo cual no les hace sino daño a los consumidores y a la sociedad en general.
En el entorno de los legisladores, reguladores y jueces existe una tendencia a proteger el 'statu quo' y resistirse por el mayor tiempo posible a la llegada de las nuevas tecnologías o ideas que provocan cambios disruptivos en cualquier actividad económica del país. En muy buena medida, ello se debe a la eficacia de los gremios y ‘lobistas’ pagados por las élites establecidas en cada sector que ayudan a crear teorías artificiosas para sostener la permanencia de las empresas ya establecidas, e impedir el ingreso al mercado de los actores entrantes. Casi siempre, además, se usan los mismos argumentos que, no obstante su carencia de creatividad, terminan permeando al gobierno de turno. Que la entrada de los nuevos jugadores pone en riesgo el empleo de muchas familias, que las nuevas tecnologías no están suficientemente probadas y se puede afectar la calidad del producto, que –inclusive– se puede poner en riesgo la salud del consumidor, o que la ley escrita no autoriza expresamente dicha innovación. ¿Y cómo, me pregunto, puede la ley prever una innovación que no existía cuando la norma se escribió? ¿Significa ello que toda innovación disruptiva es 'per se' ilegal?
Lamentablemente nuestra historia económica está llena de ejemplos de estrategias anticompetitivas concebidas para cerrar los mercados y detener o retrasar la llegada de la innovación o de actores externos eficientes. Basta recordar la influencia que ejercía Bavaria en la política nacional –en las épocas de Augusto López– para mantener el monopolio de la cerveza, o el denodado trabajo colectivo que se hizo a todo nivel para demorar la autorización al tercer canal de televisión (la cual llegó cuando ya era tarde, pues ya operaba Netflix en el mercado).
Así mismo, recuerdo el caso que me tocó vivir personalmente cuando estaba en la Superintendencia de Industria y Comercio, de la brutal andanada que se puso en marcha para impedir que en la licitación del espectro de 4 G se les diera un tratamiento preferencial a nuevos jugadores entrantes, mecanismo ideado para atenuar la dominancia de los operadores ya establecidos. Igual ocurrió con las energías renovables que vieron muy retrasada su entrada al mercado colombiano, por la resistencia de los sectores ya establecidos. Ni se diga del trabajo que se viene haciendo con mano escondida para dificultar –o al menos retrasar– la consolidación de las industrias 'fintech', especialmente en el campo del crédito digital, lo que incluye la generación de teorías jurídicas alrevesadas que les impiden a estos nuevos emprendedores de la actividad financiera cobrar contraprestaciones razonables por su servicio. Aparte hay otros muchos ejemplos: cierres de importaciones de materia prima, cuotas a las exportaciones, aranceles excesivos o injustificadamente diferenciales, etcétera.
No se trata de endiosar la visión de libre mercado, pero hay que tener muy en cuenta que este un país que a duras penas crece al 3 por ciento anual –si le va bien– y es uno de los países más desiguales del mundo. Luego ¿qué es lo que queremos cuidar o proteger? Si queremos crecer al 6 por ciento o más y si queremos erradicar la pobreza y reducir las brechas sociales, no podemos llegar de últimos –sino de primeros– a las innovaciones disruptivas que ofrece la tecnología
JOSÉ MIGUEL DE LA CALLE
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