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El día después

¿Cuál será mi reacción cuando una voz diga de pronto: Afuera todo el mundo, que vuelva el despelote?

A este servidor de tintos le dio la utopía de imaginar cómo será el primer día después de la pandemia.
Sabrá mirús cuál será mi reacción cuando una voz varonil o femenil diga de pronto: Afuera todo el mundo, que vuelva el despelote.
No se insinúa la fecha, pero en algo tengo que gastarme el optimismo irreductible que me acompaña desde niño cuando oí decir que el mundo se iba a acabar. La abuela rezó para que no se acabara. Aquí estamos. Que se repita el milagro.
Para justificar el exabrupto de pensar en el fin de la pesadilla, diría que es una forma de llamar a filas la serendipia, un poético coctel de azar con ciencia que consiste en buscar la vacuna contra la envidia, digamos, y dar con el anticoronavirus.
Vivo alerta a la espera de la chiva: encontrado el repelente contra el covid-19. Me acuesto tarde para que no me coja con los calzones abajo la orden de pasar por mi dosis personal de vacuna.
Tengo un borrador de lo que me gustaría hacer el día después. Incluye sentarme en las bancas del parque que suelen acoger mis glúteos de septuagenario, entrarle al corrientazo del restaurante donde me cambalachean la ensalada por huevo, montar en metro para desatrasarme del paisaje urbano, perderme en los recovecos de la ciudad.
Abrir y cerrar ventanas. Comprarle a la señora de los aguacates. Su sonrisa monalisesca vale por mil indulgencias plenarias.
A veces, la paranoia me regala algunos de los síntomas de la enfermedad. Entonces tiemblo y apenas existo. Me dan toses de dos pesos, me carraspea la garganta, siento que trastabilla la respiración. Todos son falsos positivos. Loado sean Jehová y Alá.
Nunca me he rascado tanto la cara, algo que prohíben todos los manuales y el afable minsalud, Fernando Ruiz, a quien le tocó batutear el chicharrón.
De pronto mis manos reencarnan en termómetro. Los dedos dicen que no tengo fiebre. No utilizo el termómetro de mercurio para evitarme sorpresas.
También me siento medio atembado. Pero me alivio y vuelvo a la rutina que hemos empezado a construir todos en casa. Incluidos la lagartija que hace bullicioso acto de presencia y moscas que irrumpen a la hora de las comidas y se esfuman cobardes cuando les monto la perseguidora alpargate en mano. Día D., ven, no tardes, devuélvenos la cotidianidad.
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO
www.oscardominguezgiraldo.com
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