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Bienvenido a la llanura

Me declaro petrista converso a partir de la alocución y del sabroso tumbao de la primera dama.

Si uno nace con los besos contados, el expresidente Duque se gastó dos en la nueva primera dama, Verónica Alcocer, quien demostró que para bailar porro está sola en Macondo.
(También le puede interesar: Instrucciones para gobernar)
El primer desganado beso se lo dio Duque en Palacio el día que le afrijoló a su sucesor las Órdenes de Boyacá, San Carlos y la Nacional al Mérito.
El segundo se lo estampó al entregarles atropelladamente las llaves de Palacio a los Petro Alcocer. Ese ritual tiene mucho de desalojo forzoso.
Fueron de esos besos en la mejilla “que ella no devuelve, o sí”, como en la canción de Rubén Blades.
Para indemnizarlo por el desalojo, Petro le dijo a Duque que salía de Palacio, pero no de la historia del país.
Este insólito piropo a su antípoda político quedó sepultado en la macondiana orden de traer la espada del Libertador en plena posesión.
¿Cuál espada, cuál Libertador?, debieron preguntarse los ilustres visitantes que tenían los aviones con los motores encendidos para largarse. Incluido el del rey de España, que no levantó sus reales posaderas cuando llegó el artefacto.
Felizmente, Petro nos regaló un convincente discurso de posesión. Si san Pablo, camino de Damasco, se cayó del caballo y se convirtió, me declaro petrista converso a partir de la alocución presidencial y del sabroso tumbao que exhibió la primera dama para bailar porro.
Tengo una deuda doble con el expresidente, cuyo padre fue mi fuente en tiempos de Turbay Ayala. (Duque Márquez es el prologuista de la obra sobre Turbay que publicó Villegas Editores con el patrocinio de Presidencia).
La primera deuda es con las tardes-noches que nos entretuvo por televisión en plena pandemia. Apareció tanto que el padre Diego Jaramillo, del Minuto de Dios, sintió celos pecaminosos.
También tengo deuda eterna con Duque porque en ciento y pico de años de vida municipal ha sido el único presidente en visitar Montebello, mi terruño.
Fui a verlo para sugerirle lo que hacemos muchos maridos al almuerzo para aplacar a las esposas: llevarle a doña María Juliana aguacates montebellenses, los mejores del mundo. No me le pude acercar porque me lo impidieron los lagartos (lagarto es quien llega primero que uno).
Como pensionado, le doy la cordial bienvenida a la cofradía. Si puedo ser útil, cuando se jubile pregunte porque lo que no vea, como dicen los vendedores de san Victorino.
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO
oscardominguezg@outlook.com
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