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El camino de Santiago

Después de ser ejemplo de justicia social y desarrollo en Latinoamérica, en Chile hay incertidumbre.

Desde el estallido social de finales del 2019, Chile vive un inusitado proceso de convulsión política, fractura social y perturbación institucional. En medio de este escenario, avanza actualmente en la reforma de su Constitución, a través de una asamblea constituyente, y también se lleva a cabo el debate que conducirá a la elección de un nuevo presidente de la República, el próximo 21 de noviembre.
Después de ser considerado el país de mayor justicia social y desarrollo de América Latina, que logró triplicar el PIB en apenas tres lustros, el futuro de Chile está gobernado por la incertidumbre. La situación es realmente crítica, al punto de que los analistas internacionales, que tanto ensalzaron las recientes movilizaciones sociales, como los editores de la revista ‘The Economist’, ahora afirman que Chile luce hoy peor que en cualquier otro momento, desde su regreso a la democracia.
Y no les falta la razón. Para empezar, las primeras decisiones de la Constituyente solamente dan razones para aumentar la desconfianza sobre la suerte del país austral. La elección de una indígena mapuche, Elisa Loncón, como presidenta de la Convención Constitucional, más allá del simbolismo que representa, llegó a interpretarse como el comienzo de una era en la que se empezaba a reescribir la unidad de Chile, bajo la concepción de un Estado plurinacional en el que todas las ideologías y las culturas estaban dispuestas a deponer sus confrontaciones, frente a la responsabilidad superior de diseñar un contrato social incluyente.

Después de ser considerado el país de mayor justicia social y desarrollo de América Latina, que logró triplicar el PIB en apenas tres lustros, el futuro de Chile está gobernado por la incertidumbre

Pero esto no es sino un simple espejismo. En sus primeros tres meses la Constituyente ha sido incapaz de mostrar un talante integrador. Sus reglas de funcionamiento ya dejan huella de las ideologías totalitarias que la inspiran, mediante la prohibición de la libertad de enseñanza, por ejemplo, y –de paso– su mayoría de izquierda ha notificado tempranamente su ánimo de retaliación y de vindicta, adoptando en el mismo reglamento interno de la Asamblea –quién lo creyera– sanciones por la violación de los derechos humanos durante la dictadura y durante las recientes revueltas. Incluso, esa mayoría pretendió cambiar el ‘quorum’ decisorio de las dos terceras partes, para arrasar al centro y a la derecha. Las heridas abiertas.
Allí no queda el desasosiego. Las elecciones presidenciales han terminado polarizando aún más a los chilenos. Aunque se daba por descontado que el comunismo volvería al Palacio de la Moneda, una vez se conoció su programa de gobierno, sectario y populista, las gentes empezaron a reaccionar defensivamente, orientándose lamentablemente hacia el otro extremo que representa el ultraderechista José Antonio Kast, hoy con cinco puntos de ventaja.
El programa del líder estudiantil Gabriel Boric, elaborado con pluma demagógica, llevaría a Chile por el despeñadero. Sustituye los carabineros por una policía “subordinada al poder civil”. Se obliga a reparar la “deuda histórica” con el Fecode chileno. Anuncia la firma inmediata del Acuerdo de Escazú, para que los indígenas puedan controlar los proyectos de inversión. Propone tomarse los ahorros pensionales de Chile, que equivalen al 75 % del PIB (US$ 213.764 millones), para hacer un festín en manos del Gobierno. Alimenta la confrontación laboral, al imponer la negociación colectiva multinivel. Y, entre sus perlas, dice que el Estado sustituirá a los padres en el cumplimiento de sus deberes de asistencia alimentaria, persiguiéndolos posteriormente como sus deudores. Claro, todo esto se hará con cargo a una reforma tributaria que ahuyente la inversión y grave la minería del cobre.
Es una pena que la provocación de los “progresistas”, construida en el camino penitente de Santiago de Chile, lleve el debate político a los extremos y haya dado lugar al nacimiento de una guerrilla en la región de Mapuche. Mientras, aquí seguimos en la patria boba.
Taponazo. Algo no cuadra. Se habla de escepticismo, pero Colombia será uno de los países de mayor crecimiento en el 2021, el empleo se recupera y el Plan de Vacunación ha sido un éxito de la democracia social.
NÉSTOR HUMBERTO MARTÍNEZ NEIRA
(Lea todas las columnas de Néstor Humberto Martínez en EL TIEMPO, aquí).
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