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'¡Y bien vividos!'

Admiro y creo en la alegría y serenidad de espíritu del P. Alfonso Llano Escobar.

El mes pasado, el viernes 21, encontré interesante artículo del P. Alfonso Llano Escobar, en este diario, pues allí, con justa razón, lo acogieron por varios años “como en su casa”. Volviendo a la sencillez de su infancia, y dando testimonio de gran inocencia, celebraba haber llegado a 95 años. Fue nueva la salida de este sacerdote después de periodos de silencios impuestos por sus superiores religiosos, a quienes atiende como obsecuente súbdito de su comunidad, la Compañía de Jesús. A propósito, y como se autopresentó en libro suyo en el 2008, era “feliz vivencia de su fe”, no la sencilla “del carbonero” sino una “fe fruto a su crítica” cuando tenía 83 años, libro que ha sido objeto de discusión entre teólogos y la feligresía católica.
A raíz de esto me he acordado de algo que sucedió en torno al cumpleaños de una sencilla monjita que llegó a los 91. Aconteció que para celebrar ese hecho, las religiosas jóvenes prepararon una elegante torta y, en lugar de colocarle el número 91, pusieron graciosamente 19. Ante esa felicitación, la festejada advirtió: “agradezco su amabilidad, pero son 91, y bien vividos”. Qué seguridad y qué sencillez la de esta monja y la de este doctor Llano con varios títulos universitarios, seguramente “base de su fe crítica”, pero quien, con alguna humildad, coloca ante la misericordia y bondad divina para que, purificadas de las imperfecciones de las cuales solo una creatura humana estuvo totalmente exenta, según nos ha enseñado y aceptamos, los que hemos asumido una fe no tan analizada.
Estaba aludiendo a lo anterior, pues aunque el padre Llano tiene gran certeza de su plena vida, en 34.765 días, de encuentro y unidad con Dios Padre, siguiendo los pasos de un S. Pablo, entregado totalmente a la misericordia divina, pero recordando a cada momento: “trabajo con cuidado la propia salvación” (Felip. 2,12). Tenía presente, siempre, el mismo Paulo que: “llevamos este tesoro de vida unida a Dios en recipiente de barro, para que aparezca que esta fuerza extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (II Cor. 4,7). Agregaba, también, algo para profunda reflexión: siento que mi conciencia nada me reprocha, mas no por eso quedo justificado, pues mi Juez es el Señor (I Cor. 4,7). Entre otras frases habla el Apóstol de caminar en el amor, pero con santo temor de Dios presenta su experiencia al decir: “corro no a la aventura, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo evangelizado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (I Cor. 9,26-27).
Al iniciar estas líneas para compartirlas fraternalmente con el padre Llano y sus lectores, no creí que afluyeran tantas expresiones sagradas para reflexionar en un Dios que es padre prudente y bondadoso, que pone en guardia a sus hijos y les advierte que es también juez y que exigirá cuenta de la totalidad de las virtudes, que son el camino estrecho para llegar al cielo, como castidad, pobreza y obediencia, que ofrecen expresamente cumplir los religiosos, entre ellos los jesuitas.
Cuando iniciaba el texto, concluía con la exigencia a los religiosos de cumplir sus votos de castidad, pobreza y obediencia, a lo cual hay que agregar la acentuación de este último al santo padre, así como también hay comunidades que se han destacado por la pobreza y humildad, que buscó el jesuita Jorge Bergoglio cuando lo llamó la Iglesia, y el propio Jesucristo, a ser su Vicario en la tierra.
Quise echar una rápida mirada al libro del P. Llano Confesión de fe critica, y me detuvo la presentación que se hace del autor como de alguien que se dice: “trata de llevar un poco de espíritu y de sentido cristiano a la sociedad cansada y alejada de Dios”. He compartido las últimas palabras, pues algo de ello existe en el pasado, pero hay también experiencias entusiasmadoras de fe y vivencia cristiana, sin sacarnos del tradicional mensaje como nos exigen connotados doctores de la Iglesia del ayer y del hoy. Son tantos y nos dan gran serenidad, al lado de un torrente de expresiones bíblicas que hacen reflexionar sobre la necesidad de vigilancia en todos los momentos y edades de la vida. Esa fe, sin las novedades que a su modo ofrece el P. Llano y sus inspiradores, nos dejan un gozo indecible, al saber que, permaneciendo en una fe sencilla, seguiremos en manos de “un Señor infinitamente bueno”, nuestro Padre que nos creó y que: “inquieto está nuestro corazón hasta que descansemos en Él”.
Admiro y creo en la alegría y serenidad de espíritu del P. Llano porque se examina y siente que ha “obrado de buena fe”, y ha creído prestarles un buen servicio a la Iglesia y a la humanidad. Se apoya en su tranquilidad en haberse propuesto “hacer la voluntad de Dios”, y, por eso siente que todo lo ha vivido lleno de amor, “y teniendo a Jesús como la razón de ser”. Pero advierto que esa frase de ese fuego de amor hacia Jesús, como fue S. Pablo, a mí me ha servido, y creo que también al P. Alfonso y a infinidad de buenos corazones, pues nos ha templado para presentarnos como seres limitados ante el señor, como hijos confiados en él, pero precavidos de todo peligro que nos ha manifestado. Me lo expresaba un destacado profesional que la afirmación de la escritura “el principio de la sabiduría es el tema de Dios” (Prov. 1,7), entendida como amor, había sido su firme apoyo espiritual.
Muchas fueron, en su momento, mis reparos a varias afirmaciones del P. Llano en su mencionado libro Confesión de fe crítica, y no he echado reverso en ellos, pero lo sigo mirando, y hoy, después de su nonagenario artículo, escrito de buena fe, y, que, por lo demás, fuera en algún aspecto, propio del ámbito universitario, en donde cabría exponer cosas como “pronunciamientos de algunos estudiosos”. Pero, de todos modos, al final de la jornada, terminaremos dando vivas a la fe sencilla, en cuyos infinitos misterios, y en el mismo de Dios tendremos una eternidad para gozarlos y aún con mayor claridad.
Mons. Libardo Ramírez Gómez
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