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Mr. Turnbull en Twitter

Hay que defender el derecho y el gusto de no pertenecer a ninguna horda.

Hace algún tiempo mencioné a Mr. Turnbull en una columna. Es un personaje de John Trollope, novelista británico de la era victoriana que gozó de mucho prestigio. No estoy seguro de si se inventó la estrategia de las predicciones autocumplidas, pero sí la formalizó. Mr. Turnbull era un parlamentario de la Cámara de los Comunes que tenía la costumbre política de hacer terribles predicciones, y luego dedicaba todos sus esfuerzos para que ellas se cumplieran.
La razón por la que lo traigo nuevamente es porque pareciera que en los últimos tiempos, su doctrina y sus estrategias han revivido con más vigor del que tuvieron en su época y se han apropiado de las redes sociales, especialmente de Twitter. Hordas domesticadas y bien alineadas están siempre listas para promover el fracaso de todo aquello que su líder o su ideología predijo que iba a fracasar.
La reencarnación de Turnbull es más terrorífica que los ‘muertos vivientes’ por unas características adicionales que lo hacen prácticamente invencible. Una de ellas es que se necesita muy poco sustento fáctico para hacer una afirmación. Se pueden mezclar hechos que sucedieron con otros imaginarios, y también con sus supuestas consecuencias. No importa que aún no hayan sucedido, es legítimo presentarlas como absolutamente inevitables, o como si en verdad hubieran pasado en una especie de futuro-pasado. Así, por ejemplo, leímos anuncios del fracaso total de la política económica del actual gobierno mucho antes de que se posesionara.

Hordas domesticadas y bien alineadas están siempre listas para promover el fracaso de todo aquello que su líder o su ideología predijo que iba a fracasar.

Las hordas de Turnbull se autopurifican. Mantienen una ortodoxia rigurosa gracias a que convierten en su peor enemigo a quien siendo de la tribu osa plantear algo que contradice la posición oficial. Entonces lo destrozan a dentelladas. Un ejemplo fue la decisión del senador Robledo de votar en blanco en la elección presidencial. No le valieron años de actividad política en la izquierda, que fuera repetidamente reconocido como un senador muy juicioso y contestatario; le cayeron encima con todo.
Ese mecanismo de atacar y destruir a quien se aparta de la ortodoxia logra también que esta vaya creciendo como una burbuja, con nuevas ideas o expresiones que se vuelven incorrectas. La ‘corrección política’ ha alcanzado en Twitter su mayor expresión. Ni siquiera es necesario leer los 280 caracteres para detectar la incorrección. Basta con un par de palabras indicativas para condenar al autor a la defenestración. Peor aún, hace poco leía a un líder de opinión que manifestaba que se puede saber quién es una persona por lo que dice en Twitter y por lo que deja de decir. Eso no está muy lejos de una policía política que trabaja con indicios y algoritmos. Alguna vez se propuso algo por el estilo, ¿verdad?
Debo confesar que en algún momento me sorprendió mucho ver a reconocidos intelectuales en esa tónica. Recordé algo que comentaba George Orwell en 1945 en sus notas sobre el nacionalismo. Describió un rumor que corrió en la izquierda inglesa acerca de que las tropas americanas no habían venido a Europa a luchar contra Hitler, sino contra los comunistas en Inglaterra. Su comentario ácido fue que uno tiene que pertenecer a la intelligentsia para creer tamañas tonterías; una persona menos educada no hace esos malabarismos mentales. No estaba tan errado entonces, parece que tampoco ahora.
Twitter, y las redes en general, es un fenómeno social importante y vino para quedarse, aunque cambie rápidamente de formas y vehículos. Constituye una fuerza democratizadora en la que todo el mundo puede opinar sin trabas, algo sin antecedentes en la historia humana. La pelea, entonces, no debe ser contra Twitter sino contra Mr. Turnbull. Hay que defender el derecho y el gusto de no pertenecer a ninguna horda.
MOISÉS WASSERMAN
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