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Mal, mejor y mejorando

Que el mundo está mal es cierto, pero hay que afirmar, también con certeza, que el mundo está mejor.

En algún lugar de la página web Nuestro mundo en datos leí una afirmación que me dejó impresionado por su sencillez: “El mundo está mal; el mundo está mejor; el mundo puede ser mucho mejor. Tres afirmaciones que son verdaderas al mismo tiempo”. El desconocimiento de cualquiera de las tres conduce a falacias, equivocaciones y acciones fallidas.
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Que el mundo está mal es una verdad de a puño. Desconocerla sería negar que un 10 % de los humanos viven en pobreza absoluta y un porcentaje algo mayor de niños sufre de desnutrición; que la mortalidad antes de los cinco años aún ronda en 25 de cada 1.000 nacimientos; que el 10 % de los habitantes del mundo no tienen acceso a agua potable; que hay una gran inequidad en el acceso a la educación y a oportunidades de realización personal; que más del 10 % no sabe leer ni escribir; que el 37 % de la población vive en regímenes autoritarios; que hay grupos que sufren de discriminación en diversas medidas, en algunos casos medidas extremadamente dolorosas como el tratamiento de las mujeres en Afganistán, Irán y otras teocracias; que hay guerra; que hay daños ambientales. Cualquier política que niegue esos hechos es ciega e insensible. Algunas visiones sesgadas lo hacen, con todos o con algunos de esos hechos. Otras culpan de los problemas a quienes los padecen. Esas políticas están moralmente mal, son equivocadas, torpes, crueles, inaceptables.

Los derechos humanos son un invento reciente, y nunca en la historia hubo tanta libertad e igualdad (aún imperfecta) como la que tenemos hoy.

Por otro lado hay que afirmar, también con certeza, que el mundo está mejor. Hoy el nivel de desnutrición en Somalia, uno de los países con mayor riesgo de desnutrición en el mundo, es igual al que había en Estados Unidos en 1920. A finales del siglo XIX, hasta en Londres, París y Viena morían niños de desnutrición. En 1966 (hace poco), el promedio de calorías diarias consumidas por persona en el mundo era de 2.200, hoy es de 2.800. En los países del África subsahariana pasó de 1.800 a 2.400, y en China se duplicó. La pobreza absoluta, hoy en 10 %, era de 90 en 1830. El analfabetismo en 1820 era del 90 %. La desnutrición, que hoy afecta a un poco más del 10 %, en 1965 afectaba al 37,5 %. La productividad en cultivos de cereales era de 1,5 toneladas por hectárea en 1960 (y eso después del gran salto de la revolución verde), y hoy es de más de 4,5. Los años promedio de educación en el mundo aumentaron de 0,5 en 1870 a 9 en el 2015. La expectativa de vida (condicionada por una muerte infantil alta y por el impacto de enfermedades infecciosas) era de 28 años en el 1500, logró aumentarse 400 años después a 30, y hoy, en apenas un siglo, llegó a 75. Si bien hoy 37,5 % de las personas viven bajo regímenes autoritarios, hace apenas 300 años no había nadie que no viviera en ellos. Los derechos humanos son un invento reciente, y nunca en la historia hubo tanta libertad e igualdad (aún imperfecta) como la que tenemos hoy. Quienes niegan todo eso, y más, son ciegos por voluntad propia. No podrían nunca producir una política progresista, puesto que se niegan a reconocer su posible existencia. Nadie que niegue el progreso puede promoverlo.
La tercera afirmación, “el mundo puede ser mucho mejor”, aunque se refiere a un hecho futuro y por tanto sin cifras que la sustenten, es de todas formas, con alta probabilidad, cierta. Gran parte de las mejoras materiales se deben al desarrollo de tecnologías y al conocimiento científico, y estos siguen creciendo exponencialmente. Las tendencias políticas y sociales en el mundo, dependientes en gran medida de la democratización de la educación, indican un aumento de libertad, igualdad y autonomía. No asumir como cierta esta tercera afirmación es de un pesimismo injustificado y paralizante; muy malo para construir futuro.
MOISÉS WASSERMAN
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