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Las vacunas

Contra el Sars-Cov-2 están progresando aceleradamente varias decenas de iniciativas diferentes.

Hoy todos estamos pendientes de la aparición de una vacuna. Es natural que así sea. Las vacunas han sido uno de los productos más importantes del ingenio humano. A ellas les debemos la disminución radical de la mortalidad infantil y el aumento de casi 40 años en la expectativa de vida, en escaso siglo y pico.
La primera surgió en 1796, gracias a una observación aguda de Edward Jenner. Las campesinas que ordeñaban diariamente sus vacas no se enfermaban de viruela. Jenner inoculó en un niño el líquido extraído de unas pústulas de las vacas, parecidas a las de la viruela. Luego lo expuso al contagio, y el niño no se enfermó. La misma técnica, en forma casi idéntica, fue usada para vacunar a la humanidad, y a mediados del siglo pasado la viruela fue declarada totalmente erradicada del planeta.
En 1885 Pasteur inoculó a Joseph Meister –un niño que había sido mordido por un perro rabioso– con un extracto, inactivado químicamente, de cerebros de conejos infectados con rabia. El niño sobrevivió a una mordedura que era indefectiblemente fatal. Hoy casi nadie muere de rabia. Pasteur postuló que la defensa del vacunado se debía a unas sustancias que producía su sangre. Esas sustancias son los anticuerpos, uno de los productos del sistema inmune. Hoy se conoce muy bien qué son y cómo se generan en el individuo, en un proceso de multiplicación y selección del más apto, parecido a la evolución.
Las vacunas son una forma de engañar al organismo para que su sistema inmune reaccione como si hubiera sufrido una infección que realmente no existió. La primera descrita fue un virus de vaca, con muy poco efecto en el humano (de ahí el nombre de vacuna) y la segunda de un virus completo, pero inactivado e incapaz de reproducirse.
De ahí en adelante la imaginación se desató. La vacuna contra la fiebre amarilla también es un virus debilitado por pases sucesivos en el laboratorio; la BCG es una micobacteria que se parece mucho a la de tuberculosis, pero que infecta muy débilmente. Contra la polio se desarrollaron dos: la de Salk, con un virus inactivado, y la de Sabin, con uno atenuado.
Se empezó a pensar en usar solo partes del agente infectante, lo que disminuiría los riesgos de un patógeno completo. Ejemplos de eso fueron las de tétanos y la difteria. En estas infecciones el daño principal lo causan toxinas producidas por la bacteria. Se aislaron, se modificaron químicamente para que no hicieran daño (los llamados toxoides), pero siguieran siendo reconocidas por el sistema inmune.
El desarrollo de la biología molecular y la ingeniería genética dio un brinco más. Ahora resultaba posible aislar el gen de una proteína del organismo patógeno y trasladarlo a otro diferente, como un adenovirus que produce un resfriado suave y una inmunidad contra él y contra las proteínas extrañas que porte. Unas como la de la hepatitis B se producen en levadura (sí, la misma que se usa para la cerveza o el pan). Otras producen una partícula parecida a la del virus, pero sin su material genético, de forma que no puede reproducirse en la persona inoculada (como las del papiloma, que fueron insensatamente atacadas hace poco).
La imaginación sigue desbordada. Hay proyectos con vegetales portadores de la vacuna, y también de fragmentos de ADN o ARN desnudos que, introducidos con un transportador en el individuo, lo convierten en su propia y exclusiva planta de producción.
Contra este Sars-Cov-2 están progresando aceleradamente varias decenas de iniciativas diferentes. Hasta hay una que propone producir sus proteínas en la planta del tomate. Las más adelantadas parecen ser las que modifican virus suaves transfiriéndoles genéticamente la información de las proteínas que forman la ‘corona’ de este virus. Creo que hay suficientes razones para ser optimista.
Moisés Wasserman
@mwassermannl
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