¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

¿El fin de la confianza?

La confianza está pasando de moda. Cada vez menos se cree en gobiernos, en noticias y estadísticas.

Hace unos días Anthony Fauci, el asesor del presidente Trump para la pandemia (el único que lo contradice públicamente y sigue de asesor), afirmó que la actual crisis iba a acabar con la costumbre de estrechar las manos.
El apretón de manos no se inventó recientemente. Hay evidencias, en jeroglíficos egipcios de 5.000 años, de tratos que se cerraban con ese gesto de confianza. En Grecia, según dicen, era la forma como dos desconocidos que se encontraban para hacer un intercambio mostraban que estaban desarmados.
Estrechar las manos es expresión de un instinto humano esencial, es una declaración de confianza en el otro. Seguramente se desarrolló cuando vivíamos en pequeñas tribus para las que el trabajo cooperativo era ventajoso. Uno puede imaginar que en la caza de un mamut nadie se arriesgaría a lanzar la primera lanza si no se sintiera respaldado por sus compañeros.
Tan básico ha sido el desarrollo de la confianza que se han podido definir mecanismos bioquímicos que la soportan. La oxitocina (que llaman la hormona del amor) está relacionada con algunos aspectos de las relaciones humanas, entre ellos la confianza. Neurobiólogos han demostrado que aumenta en la sangre de personas que están en situaciones que les exigen confiar. Más aún, han mostrado que en un juego, quienes recibían oxitocina sintética confiaban, y arriesgaban más, que quienes habían recibido un placebo.
En las sociedades modernas, casi todas las interacciones se construyen sobre la confianza. Cuando pagamos por un producto confiamos en que estamos recibiendo lo prometido, creemos que la plata que tenemos en el banco es nuestra y creemos en las buenas intenciones del médico que nos receta y del maestro que nos instruye. El nivel de confianza en una sociedad es un indicador de qué tan bien funciona. Hasta hace poco, el ciudadano creía en sus instituciones y en la información que recibía de la prensa y de las fuentes oficiales.
Pero algo ha sucedido. La confianza está pasando de moda. Cada vez menos gente cree en los gobiernos. No se confía en el Congreso ni en los jueces. No creemos en las noticias (a menos que sean muy malas), y menos aún en las estadísticas. No trato de promover una ingenuidad excesiva; con frecuencia la desconfianza no es gratuita, pero está llegando a niveles irracionales que terminarán minando nuestra capacidad para trabajar por un proyecto colectivo. La confianza es difícil de mantener por una asimetría suya muy particular. Basta con unas pocas anécdotas negativas para perderla, mientras que para volverla a ganar se necesita una serie larga e ininterrumpida de experiencias positivas.
Algunos políticos oportunistas se aprovechan de esto y basan sus campañas en la generación de desconfianza. Eso es fácil de lograr y les da réditos, pero solo temporales, en ese ambiente nadie saldrá bien librado.
Paradójicamente, al mismo tiempo empezó a crecer la confianza en totales desconocidos. Se desechan los informes de los periodistas profesionales y se repiten acríticamente noticias de las que no se puede saber de dónde, de quién ni para qué surgieron. Se desconfía de los bancos, pero se invierte en ‘pirámides’ anónimas. Se desconfía de la ciencia y de los expertos, mientras se acogen supercherías de fuentes no reconocidas.
No se trata de confiar en todo. La crítica es el mejor mecanismo para acercarse a la verdad si se contrastan las afirmaciones con hechos. Pero no se puede caer en el otro extremo, aquel en el que solo lo anónimo y lo no verificable es digno de credibilidad, en el que la ausencia de pruebas se constituye en prueba reina.
Ojalá en el futuro se recupere la confianza en la palabra del otro, y que se contagie (ella sí) con un renovado apretón de manos.
Moisés Wasserman
@mwassermannl
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO

Más de Redacción