John Brockman, escritor y editor, creó, con una página web, una organización llamada Edge (borde, o límite) en la cual se desarrolla una conversación entre el mundo académico y un público intelectualmente curioso. Esa página fue clasificada en la misma categoría que la de revistas como The New Yorker y The Economist. Brockman se considera heredero del artista J. L. Byars, quien organizó el siglo pasado un club de pensadores muy diversos y decía que para llegar al límite (edge) del conocimiento había que poner a personas pensantes a que les hicieran a otros las preguntas que se hacen a sí mismas.
Las discusiones que se han dado en Edge se podrían recoger hoy en un manuscrito de más de diez millones de palabras. Una de sus iniciativas fue la publicación anual de un libro con respuestas diversas a una gran pregunta que él formulaba. Este año, para celebrar veinte de la iniciativa (y para cerrarla), Brockman decidió no hacer una pregunta, sino pedirle a cada participante la suya, aquella última incógnita que no lo deja dormir. El libro tiene más de 300 páginas; cada una lleva impresa solamente una breve pregunta y el nombre de quien la hace. Participaron científicos naturales y sociales, escritores, artistas y empresarios. Voy a escoger unas pocas. Creo que darán a los lectores una oportunidad de reflexión no cotidiana. No mencionaré autores para no hacer pesado el escrito (y dar campo a más preguntas).
La cosmología generó inquietudes: ¿son las leyes de la física únicas e inevitables? ¿Dónde estaban escritas esas leyes antes del comienzo del universo? ¿Hay límite a lo que podemos conocer? ¿Somos suficientemente inteligentes para darnos cuenta de que llegamos a ese límite? ¿Qué es el mundo sin la mente?
Es imposible no preguntarse por qué razón temas tan fundamentales para entender el mundo y la vida nos inquietan poco, mientras todos los días nos morimos de angustia con preguntas triviales
La mente también fue motivo de inquietud: ¿reside la conciencia solamente en nuestros cerebros? ¿Está el cerebro fundamentalmente limitado para entender el mundo? ¿Podremos reducir la intuición humana a un algoritmo? ¿Cómo se convierte un pensamiento en sentimiento? ¿El cerebro es un computador o una antena? ¿Puede el cerebro humano comprender el cerebro humano? ¿De qué forma los límites de la mente limitan el entendimiento?
La evolución social despertó preguntas complejas: ¿por qué somos amables con un extraño cuando no somos observados ni tenemos nada que ganar? ¿Cómo se pueden conciliar las aspiraciones de libertad individual y eficiencia económica con las de justicia social y sostenibilidad ambiental? ¿Es necesaria la gente que engaña para promover el progreso en las sociedades humanas? ¿Por qué ser buenos? ¿Está la acumulación de conocimiento compartido limitada por el lenguaje? Si descubrimos una civilización inteligente diferente, ¿qué le debemos preguntar? ¿Será inevitable que lleguemos con el tiempo a un solo lenguaje y a una única cultura?
A algunos les preocuparon la ciencia, la tecnología y sus impactos: ¿podrá un computador alguna vez experimentar la amabilidad humana? ¿Qué será del amor humano cuando podamos diseñar el perfecto robot amoroso? ¿Sobrevivirán la lectura y la escritura a la seducción del audio y el video? ¿Por qué los humanos son todavía mucho más flexibles en su razonamiento que las máquinas? ¿Por qué la razón, la ciencia y la evidencia son impotentes contra la superstición y el dogma? ¿Por qué es tan difícil llegar a la verdad?
Es imposible no preguntarse por qué razón temas tan fundamentales para entender el mundo y la vida nos inquietan poco, mientras todos los días nos morimos de angustia con preguntas triviales que, sin necesidad de una respuesta, cambiamos muy pronto por otras igualmente triviales. Tal vez, esa vieja idea de que los filósofos debían gobernar el mundo no sea tan mala después de todo.
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