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E. O. Wilson: biodiversidad, sociobiología, consiliencia y más

Además de sus logros científicos y la defensa de la diversidad, deja textos extraordinarios.

Hace unos días murió Edward O. Wilson. Fue un personaje extraordinario; científico y profesor en Harvard, escritor prolífico por 40 años en los que sus libros indefectiblemente aparecían en la lista de best sellers de The New York Times. Fue dos veces ganador del premio Pulitzer. Creó conceptos a los que les puso nombres que terminaron volviéndose indispensables en el lenguaje. Sus teorías generaron fecundas discusiones; muchas veces, él mismo las refutaba cuando encontraba algo que no le satisfacía.
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En uno de sus primeros proyectos, en los años sesenta, fumigó varios pequeños islotes en la Florida y estudió la forma como se repoblaron con insectos. Las especies dominantes cambiaron, pero cada islote permitió un número de especies y de insectos que dependía de su tamaño. Ahí surgieron sus teorías de "biogeografía insular" y en gran medida, su interés por la biodiversidad y su lucha por la conservación. En uno de sus últimos libros (publicado 50 años después), Medio planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción, propuso que solo se podrá evitar esa gran extinción si reservamos medio planeta para la conservación. Además del trabajo académico, dirigió el Fondo para Conservación de la Vida Silvestre y el Museo Americano de Historia Natural.
Su pasión fueron las hormigas y su comportamiento eusocial, que existe en pocas especies de insectos y en menos de vertebrados. Esos estudios lo llevaron a teorizar sobre el proceso evolutivo que llevó al desarrollo de la cultura en humanos. En 1975 publicó un libro que generó gran controversia: Sociobiología; la nueva síntesis. Al menos en dos entrevistas lo oí relatar (con algo de vanidad) que había sido atacado físicamente, y que en una ocasión una joven estudiante le había vaciado un jarro de agua en la cabeza para impedirle hablar en un foro académico. En realidad, los puntos centrales de su teoría eran extensiones y elaboraciones de otras que ya se discutían. Planteaba el surgimiento de la moral (al menos del altruismo) por la selección de genes que otorgaban ventajas reproductivas a sus portadores (propuesto también por William Hamilton y por Robert Trivers) y señalaba que la unidad de evolución era el gen, no el individuo, y menos aún el grupo (posición de Richard Dawkins).

Su obsesión por desentrañar las relaciones entre la cultura y la biología lo llevó a reflexionar sobre el papel de las ciencias, las artes y las humanidades en el pensamiento humano.

El ataque contra Wilson se dio por interpretaciones abusivas que sugerían implicaciones racistas que no existían. En la discusión sobre si la evolución se podía dar por presión sobre un grupo, tuvo después un radical cambio de visión.
El de Wilson no es un caso único en el que una teoría se atacó por su ‘incorrección política’. El caso paradigmático fue la negación de la teoría de Darwin en la Unión Soviética, porque su “supervivencia del más apto” no estaba en la línea ideológica del partido que prefería la de Lamarck (equivocada), con su "esfuerzo para adaptarse".
Su obsesión por desentrañar las relaciones entre la cultura y la biología lo llevó a reflexionar sobre el papel de las ciencias, las artes y las humanidades en el pensamiento humano. Su libro Consiliencia: la unidad del conocimiento es un alegato para crear un marco unificado de conocimiento y creación artística al que le da el nombre de humanismo científico, que define como una visión de mundo compatible con el mundo físico real y con las leyes de la naturaleza.
El legado de Wilson es muy importante. Además de sus logros científicos y de su defensa de la diversidad biológica, nos deja unos textos de extraordinaria calidad y claridad en los que discute, muchas veces con él mismo, para acercarse a la verdad. No fue condescendiente con esas posiciones que no le complican a uno la vida con los otros, o con sus propios prejuicios.
MOISÉS WASSERMAN
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