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De migrantes y ancestros

La historia me pareció emocionante. Por un lado, me produjo un gran orgullo ser parte de una especie tan exitosa en su lucha por la supervivencia. Por otro, es una lección de humildad.

Recientemente, mi hijo me regaló una afiliación al proyecto Genographics, de la revista National Geographic. Es un proyecto de análisis de ADN para conocer los ancestros. Pero no uno de esos en los que ofrecen encontrar familiares desconocidos o desenterrar bisabuelos aristócratas. Este proyecto dibuja un mapa de la jornada de nuestra especie en el planeta.
Con el avance en los conocimientos del genoma humano se detectó una gran cantidad de pequeñas diferencias en las secuencias de ADN. Este se duplica y se pasa de padres a hijos por miles de años, pero ocasionalmente hay un pequeño error de copiado que queda fijado para todas las generaciones posteriores. Esos cambios pequeños se usan como marcadores; se pueden definir el momento y el lugar en el cual se originaron. Las poblaciones con un marcador se van dispersando, forman nuevas comunidades en las que también suceden cambios, y así una y otra vez. Los genetistas, basados en esos marcadores, pudieron construir un árbol de la humanidad con muchísimas ramas. Todos tenemos un lugar preciso en él.
Los ADN paterno y materno se mezclan, dando patrones a veces difíciles de descifrar, pero hay dos ADN especiales. Uno es el cromosoma Y que solo lo tienen los hombres y se hereda de padres a hijos; otro es el ADN de la mitocondria (que es la estación de energía de la célula), que se hereda solo del óvulo, es decir, de la madre. Así, estos dos ADN ofrecen marcadores de líneas paterna y materna por separado.
National Geographic me contó una gran historia. Mi línea materna surgió en África centro-oriental hace unos 180.000 años, y hace 67.000 estuvo en los primeros humanos que salieron de ese continente. La edad del hielo en África se caracterizó más por sequía que por frío, y cuando empezó a derretirse el hielo en Europa, parte del Sahara se volvió habitable. Los humanos siguieron a las manadas de animales de caza que empezaron a migrar hacia el norte por corredores verdes.
Los primeros de mi ascendencia se dispersaron por el Mediterráneo oriental y Asia occidental, donde se encontraron y mezclaron con neandertales. Me informaron que tengo un 0,9 por ciento de neandertal. Ya me había dado cuenta, pero hay que decir que es normal entre poblaciones no africanas. La migración continuó hasta el valle del Indo en Pakistán, y después algunos llegaron hasta el sureste europeo y los Balcanes.
Hace unos 41.000 años (ya eran cromañones) se movieron al norte. Mi linaje se estableció hace unos 22.000 años en el cercano Oriente, y de ahí se expandió a Europa occidental. Hace unos 15.000 años, una oleada fría los hizo migrar hacia el sur, y se dispersaron por la península ibérica e Italia. Su población se redujo tanto que estuvo cerca de la extinción. Algunos grupos se refugiaron del mal clima al sur del mar Negro y en el Medio Oriente durante la revolución neolítica. Hace unos miles de años se registró un éxodo desde el Medio Oriente, y mi grupo parece tener conexión con poblaciones que llegaron a Rumania y Ucrania.
La línea paterna tuvo otro recorrido. Se originó hace 150.000 años en África; migró también, a través del Sahara, hacia el sur del Mediterráneo, donde se cruzó con la línea materna.
La historia me pareció emocionante. Por un lado, me produjo un gran orgullo ser parte de una especie animal tan exitosa en su lucha por la supervivencia (hoy resulta aceptable denigrar de ella, e incluso reclamar su extinción para proteger al resto del planeta). Por otro lado, es una lección importante de humildad para quienes reclaman ser dueños y señores de la tierra a la que llegaron (también migrando) quince minutos antes que otros, sin reconocer que venimos de un solo tronco ni que nos movemos por este planeta, que es de todos, hace más de 180.000 años.
Moisés Wasserman
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