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Volver al colegio

La caracterización del colegio como un lugar peligroso hace un daño que tardará en ser reparado.

Este segundo pico suspendió de nuevo el posible regreso a las aulas. ¿Será que nuestros estudiantes van a estar condenados a un año más de reclusión? En muchos países, el lema que se ha adoptado es que los colegios deben ser los últimos en cerrar y los primeros en abrir.
Hay algunos hechos que eran claros al principio de la pandemia y hoy han sido reforzados con estudios contundentes. El peligro de contagio en los colegios es muy bajo y para los niños prácticamente nulo. Es posible manejar una presencialidad cautelosa, manteniendo grupos separados y con breves retornos a la virtualidad, cuando se detecte un caso aislado. Al contrario de lo que algunos creen, los niños son disciplinados y colaboran.
Además, es incomprensible que la medida sea general, pues precisamente en los lugares con menor conectividad el contagio es bajo y las instituciones educativas son pequeñas y manejables.
Hay un innegable rezago en el proceso educativo y formativo, que acrecienta insoportablemente la inequidad, porque es mucho mayor en poblaciones desfavorecidas. La cobertura de la red de datos es limitada. En las grandes ciudades puede ser del 60 % o menos, en las zonas rurales y rurales dispersas puede llegar a ser nula.
La caracterización del colegio como un lugar peligroso, en contradicción con su esencia, que es la de un lugar de protección, hace un daño que tardará en ser reparado. Los problemas psicológicos se han incrementado, así como la violencia intrafamiliar. El número de mujeres que han perdido sus trabajos por tener que cuidar a los niños es enorme, el aumento de la desocupación femenina triplicó el de la masculina. Para colmo, con la premisa de que se protege a los niños manteniéndolos en la casa muchos buscarán la calle, que sí es muy peligrosa. El Ministerio ha reportado ya más de 100.000 deserciones del estudio, y a todos preocupa lo que puede pasar con jóvenes de educación media que contemplan abandonar sus estudios y empezar a trabajar.
Hay un punto que no ha sido tocado y con el cual tenemos que sincerarnos. Lo que llamamos educación virtual, en parte de los casos, es apenas un remedial muy imperfecto. Los datos del 2018 dicen que el 86 % de los maestros de primaria y el 90 % de los de secundaria tienen más de 45 años, y no hay evidencias de que hayan recibido formación en enseñanza virtual. En sus procesos formativos no adquirieron esa competencia (tampoco muchos entre los más jóvenes, hay que decirlo). La mayoría de los que usan el computador (muchos no lo hacen, no se sabe cuántos) utilizan programas limitados, que han sido diseñados para reuniones de trabajo o sociales, pero que están muy lejos de las sofisticadas y verdaderas plataformas educativas. El hecho de pararse frente a una cámara y decir lo mismo que en la clase y mirar luego en la pantalla una tarea para calificarla (es así como describen estudiantes encuestados el ejercicio) está muy lejos de lo que se define como educación virtual. Eso para no hablar de los casos en que la comunicación solo se da a través de WhatsApp, o de aquellos en los que se basa en programas de radio o televisión. Cierto que algo es mejor que nada, pero no nos engañemos, no se está educando bien.
El impacto en el país va a ser grande, se va a notar dentro de unos años. Los jóvenes lo sienten ya. Me pregunto qué hubiera dicho la sociedad si el personal de salud, que tiene un riesgo inmensamente mayor que el de los educadores, hubiera declarado desobediencia civil y se hubiera negado a ir a los hospitales. ¿Será que la diferencia es el juramento hipocrático? Sé que muchísimos maestros sienten la urgencia de regresar a sus clases, ojalá lo manifiesten en voz alta y, por qué no, que se inventen un juramento socrático.
Moisés Wasserman
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