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Las emociones tristes

Un libro sobre las emociones que condicionan los comportamientos de nuestra sociedad.

Moisés Wasserman
El primero de enero es una fecha apropiada para recomendar un libro. Estas horas relajadas de principios de año son propicias para leer y pensar sobre las emociones que condicionan los comportamientos, a veces desconcertantes, de nuestra sociedad. El libro que recomiendo es El país de las emociones tristes, de Mauricio García Villegas.
El título se deriva de la Ética demostrada según el orden geométrico, de Baruch Spinoza, quien, imitando el rigor de la geometría, parte de axiomas para demostrar, paso a paso, teoremas éticos que le permiten pasar “de la tristeza al goce, de la servidumbre a la libertad y de la impotencia a la potencia”. Plantea Spinoza la existencia de “emociones tristes” como la rabia, la envidia, la venganza, el miedo, la desesperanza, la indignación y la vergüenza, que se pueden combatir cultivando las “emociones amables” contrarias. Las llamó, con algo de ternura, emociones tristes para discutirlas sin fustigarlas. García lo cita diciendo: “Hago lo posible por no lamentarme, por no detestar a nadie, por comprender”.
En la primera parte del libro, el autor discute el origen biológico y evolutivo de las emociones y, derivadas de ellas, de la cultura y la moral. Cita a Darwin y sus reflexiones sobre el componente de animalidad en los humanos. El altruismo es un ejemplo de cómo un hecho moral puede originarse en los animales y sofisticarse en los humanos.
Reflexiona sobre la ventaja comparativa que llevó a la especie humana al desarrollo extraordinario de los últimos diez mil años, para concluir que además de la razón fue definitiva la imaginación. De la psicología social (y de la filosofía, con Hume) plantea la precedencia de las emociones sobre la razón y llega a las teorías modernas de un doble proceso de pensamiento, uno rápido intuitivo y uno más lento y razonado (como plantea Kahneman). Es muy valioso que un científico social sustente sus reflexiones en la “naturaleza humana”, que no solo es ignorada por otros, sino que, a veces, su mera mención basta para descalificar cualquier análisis.
En el resto del libro, el historiador, sociólogo y politólogo analiza con rigor nuestra historia moderna, y lo hace con absoluta sinceridad y con benevolencia (virtudes extraordinarias y escasas). No es la sinceridad fácil de quienes critican a sus contradictores, sino la muy difícil y profunda de quien pone a prueba sus propias ideas y las de aquellos con quienes simpatiza. No asume sus creencias políticas como verdades de fe, sino como puntos de vista sustentados en razones y hechos.
Ve los odios viscerales que se manifiestan hoy, “el deseo de aniquilar al contradictor”, con raíces en los orígenes y en el desarrollo del país. Cita como ejemplo a Carlos E. Restrepo, quien se refería a ellos como “los viejos y queridos odios”.
No es permisivo con algunos colegas (profesores marxistas) que, en sus palabras, son “académicos que decían que creían en el espíritu científico, pero para ellos el debate hermenéutico de los textos canónicos era más importante que el estudio empírico de la realidad”.
Recomienda superar la indignación virtuosa para ponerse en los zapatos del otro, reflexionando sobre lo que es posible hacer y no solo sobre lo que es deseable, a veces utópico. No descalifica la crítica, todo lo contrario, le da un valor mayor porque exige que ella incluya más investigación, más hechos, más debate, pero menos agresión.
Esa posición benevolente con quien piensa diferente no debilita sus convicciones, le permite entender los mecanismos mentales con los que el otro, sin ser malvado, puede llegar a conclusiones diferentes. Con eso, sus argumentos se refinan y fortalecen. Esa es la modestia inteligente que uno espera (y a veces añora) de un profesor universitario.
Moisés Wasserman
Moisés Wasserman
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