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El centro también existe

No es históricamente cierto que en sociedades gobernadas por partidos de centro no se den mejoras.

Moisés Wasserman
Uno de los malos efectos de las redes (hay otros buenos) es la popularización de afirmaciones falsas promovidas por likes. Se ha vuelto políticamente correcto, por ejemplo, afirmar que el centro no existe; quien dice ser de centro no puede ser sino facho o castrochavista, según quien lo juzgue. Algunas personas, con bastante arrogancia, les explican a otras qué son y lo que ‘en verdad’ piensan.
‘Izquierda’ y ‘derecha’ son términos relativamente recientes, heredados de la Revolución francesa. Se definen por posiciones antagónicas, la más importante posiblemente sea la prioridad que otorgan a la propiedad privada y a la equidad. Mientras que la derecha defiende la libertad individual (con pocos límites) y el derecho a la propiedad, la izquierda prioriza la equidad y limita el crecimiento de la riqueza individual. Sin embargo, entre esos dos polos caben compromisos diversos sobre cuánta libertad es posible restringir para mejorar la equidad, o a cuánta equidad se puede renunciar para mantener una medida razonable de libertad. Quienes desconocen esas posiciones intermedias sufren de daltonismo para las tonalidades de gris. Solo con ceguera dogmática puede uno afirmar, por ejemplo, que Biden y Trump o Macron y Le Pen son lo mismo.
Hace poco, una persona conocida escribió un tuit (con miles de likes) en el cual decía que los políticos de centro son incapaces de generar un cambio. Ese es un argumento histórico que debería ser confrontado acudiendo a la historia, que a veces hace experimentos interesantes. El siglo pasado, Alemania eligió el gobierno más derechista imaginable, que la llevó a una guerra de inconcebible crueldad. Tras la derrota fue ocupada y partida en dos. Una mitad comunista, con gran énfasis en la equidad y la propiedad común, y la otra con gobiernos que se alternaron entre centroizquierda, como los de Willy Brandt, y centro-derecha, como los de Helmut Kohl. Un experimento de caso y control. Para hacerlo más real aún, las dos mitades se separaron con una muralla. El resultado es conocido. Mucha gente arriesgó su vida tratando de cruzar la muralla para llegar a la mitad con los gobiernos de centro (nunca al revés). Hoy, Angela Merkel preside una Alemania unificada. Ella nació y se educó en la mitad comunista, pero encabeza un partido de centroderecha.
Quienes han logrado mayores índices de bienestar, protección a igualdad en identidad de género, protección a inmigrantes y más son los países nórdicos y los Países Bajos, en donde se han alternado por años los partidos de centro con sus diversos matices. Las dos gobernantes que han obtenido el mayor reconocimiento durante la pandemia son Jacinta Arden, de Nueva Zelanda, y Angela Merkel, de Alemania, la primera de un partido que se autodefine de centro-izquierda y la segunda, ya vimos, de centroderecha.
Hay otras cosas que diferencian a la izquierda de la derecha, pero no son necesariamente propiedad de unos u otros. Por ejemplo, hay quienes creen que la preocupación por el medio ambiente es de izquierda, pero en verdad, la mayoría de los partidos verdes en el mundo son de centro, algunos de ellos muy indiferentes a los dilemas entre riqueza y equidad.
Solo quiero señalar acá que hay afirmaciones que no son verdaderas, aunque se afiancen en la gente por su repetición acrítica. El centro sí existe (en realidad son muchos y diversos). No es históricamente cierto que en sociedades gobernadas por partidos de centro no se den mejoras en la moral, la dignidad y el bienestar de la gente. Tampoco es cierto que la polarización sea indispensable para la controversia política. Al desconocer los matices se empobrece la comunicación, se excluyen posiciones diversas y la controversia termina siendo una confrontación entre sordos convencidos.
Moisés Wasserman
Moisés Wasserman
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