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¿A dónde se va tanta inteligencia?

¿Por qué gente tan inteligente hace y dice a veces cosas tan tontas?

Viendo las campañas desde la barrera, uno se pregunta: ¿por qué gente tan inteligente hace y dice a veces cosas tan tontas? Dicen que Trump tiene un coeficiente intelectual (IQ) muy alto, y miren... ¿Por qué, si todos tienen los mismos datos, parecen discurrir en una torre de Babel?
Seguramente hay muchas respuestas a esta inquietud. La primera es que los problemas humanos son complejos y tienen varias soluciones posibles. Solo con algo de modestia para reconocer ese hecho se oye al otro con interés, y se aprende.
Tenemos un problema al medir eso que llamamos inteligencia. El IQ es un indicador difundido y ha sido útil para comparar y medir cambios. Pero hay estudios recientes que muestran que si bien da ventajas en el colegio y la universidad, no se relaciona con lo que llamamos éxito. Esos autores plantean que, en oposición a la inteligencia que favorece al razonamiento analítico, existe otro, el razonamiento sensato (wise reasoning), que sí se correlaciona con el éxito. Definen esa sensatez como el pensamiento crítico practicado por “escépticos amigables”, pensadores flexibles que, si bien requieren evidencias para apoyar sus creencias, son capaces de reconocer, con pragmatismo, las falacias que interfieren con el logro de sus objetivos.

En oposición a la inteligencia que favorece al razonamiento analítico, existe otro, el razonamiento sensato, que sí se correlaciona con el éxito.

Otras teorías sugieren causas evolutivas para que la inteligencia no funcione a veces. El pensamiento profundo es muy costoso: requiere tiempo y energía. Así que desarrollamos en la evolución atajos mentales útiles para reaccionar ante las amenazas. Con pocas indicaciones, el cerebro diagnostica una situación. Esos atajos fueron útiles para sobrevivir al asedio de tigres y leones cuando éramos cazadores, pero en el mundo moderno, mucho más complejo, producen sesgos y falacias que interfieren con el razonamiento sensato.
Uno de esos atajos es la tendencia a generar estereotipos. Estamos adaptados para juzgar a los otros de acuerdo con su apariencia (siendo benévolos con quienes se nos parecen, pero desconfiados con los diferentes). Un profesor de psicología de Princeton muestra en sus estudios que la primera impresión es frecuentemente errónea, y recomienda que si creemos estar libres de prejuicios, será mejor que revisemos, podríamos llevarnos una sorpresa.
La sabiduría popular es otra barrera para el pensamiento crítico. Los humanos empezamos muy temprano a construir, con pocos datos, hipótesis sobre cómo funciona el mundo. La educación es en cierta medida un proceso de desaprendizaje. Pero esos conocimientos falsos son persistentes. Neurobiólogos muestran que el cerebro de personas que enfrentan una paradoja reacciona con desconcierto, aunque racionalmente entienda la situación. Cuando personas que poseen una concepción científica de la realidad física enferman de alzhéimer retornan a la “sabiduría” primitiva a medida que avanza su enfermedad.
Los sesgos de suma cero también son persistentes. En una época vivíamos en pequeñas bandas de cazadores recolectores, y los recursos eran escasos y finitos: una porción más grande para el otro implicaba una menor para uno. Existen aún situaciones de suma cero, pero a veces no distinguimos aquellas que no lo son. Las evidencias históricas señalan, por ejemplo, que las emigraciones generan crecimiento y riqueza. Sin embargo, resulta fácil convencer a la gente de que el emigrante le está quitando parte de lo que le pertenece.
Hay sesgos adicionales, que no caben en este espacio. El mensaje general es que la inteligencia, que se nos da en abundancia, no garantiza nada. La flexibilidad, la disposición a escuchar, el pragmatismo y el pensamiento crítico son elementos que se relacionan con el éxito de los individuos y, a la larga, con el crecimiento y bienestar de las naciones.
MOISÉS WASSERMAN
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