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Covid-19, la liebre en la tortuga

No se trata de llegar primero, se trata de entender el viaje y de salvaguardar lo fundamental.

En el inesperado escenario de la pandemia del covid-19, las distintas velocidades del mundo han logrado coincidir en un solo plano espacial. Podríamos decir que la liebre y la tortuga se alcanzan a ver; pero, en verdad, esta conocida competencia entre lo rápido y lo lento ha cambiado de perspectiva pues hoy la liebre corre en la mente de la tortuga; la plataforma y medición de toda velocidad es la misma lentitud; la tortuga sabe a dónde y en qué tiempo llegará la liebre a su meta. Vemos, con mayor claridad, que no se trata de llegar primero, se trata de entender el viaje, de interpretarlo y de salvaguardar lo fundamental del camino. “El viaje está en el viajero”, decía Fernando Pessoa. La infinitud de las carreteras y lo inabarcable de las calles tienen su punto de partida en los pasillos de la casa, así mismo, el dominio sobre una realidad está en el núcleo de quien la habita y actúa en ella misma; el tejido de las horas en una comunidad cohesionada y decidida contiene un poder transformador incalculable.
La pandemia ha logrado ralentizar el planeta, la velocidad de los bólidos y de altas gamas se tomó un respiro, si bien ya regresan a la pista con igual o mayor fuerza, no intimidarán como antes, no impresionarán igual; algo se ha ido quebrando en la estructura social dominante, ha crecido una pragmática conciencia de equidad en una dimensión intergeneracional. Ahora el viaje a pie se ha resignificado, se ha visibilizado su sentido. Muchos retornan a los pasos lentos para dar los saltos mentales.
El virus nos ha remecido el teatro de lo conocido, nos ha removido de pies a cabeza, nos ha hecho girar hacia un ángulo inusual en donde redescubrimos el poder de lo pequeño. La pandemia horizontalizó el dolor de la muerte, el millonario y el mendigo se han ido, sin duelo, al mismo camposanto. Lo equivalente se hará más notorio, a mayor intimidación del poder económico-militar o tecnológico, tipo ‘Big Brother’, mayor será la resistencia y la acción alternativa. Es la expansión de una ‘ciudadanía del nos’, una ciudadanía planetaria cuya fortaleza radica en la definición y originalidad de sus colores locales. Esta proyección creciente es real y va más allá de un simple pensamiento deseoso.
Mientras los Estados-Nación se tensionan entre la economía y la salud y las grandes farmacéuticas compiten tras la vacuna y los antivirales, como el cáliz de la salvación o redención, una conciencia armónica ciudadana se configura en los micropoderes comunitarios, en las voces casi inaudibles de comunidades arraigadas y solidarias, que se revisten con sus propios riesgos y se reafirman en una expresión intercontinental simultánea. Esas ‘vocecitas’, que se empinan en sus derechos violados, es oída en el tejido de las redes y allí se cuece un poder alterno cuya efecto principal es la energía telúrica que remueve los cimientos de cada país.
El poder del presidencialismo ha disminuido en el mundo, paralelo al aumento del poder de la sociedad civil organizada, que asume sus deberes y derechos. La calle y el espacio público han recuperado su sentido connatural: ser escenario de la asamblea del gran constituyente primario, que ha decidido sesionar sin pedir permiso y en forma constante.
He aquí lo que nos estamos demostrando en esta pandemia: una sencilla comunidad o un simple ciudadano, conscientes de su dignidad, representan todo el valor de un país. Ninguna fuerza militar o monetaria podrá contra esto; solo en Latinoamérica ya tenemos más de una centena de ejemplos de esa dignidad transformadora, como es el caso de los activistas de Río de Janeiro, que cavaron fosas simbólicas en las playas de Copacabana, en homenaje a los fallecidos por covid-19 y contra las políticas erráticas de Bolsonaro.
Se han implementado innovaciones sociales solidarias, en emergencias humanitarias, tan exitosas que ya se quedarán, entre nosotros, como prácticas permanentes. Es la transversalidad que tiene el poder de lo común asociado.
En este contexto, la filosofía sudafricana del ‘ubuntu’ adquiere, entonces, mayor relevancia: “Soy, porque nosotros somos”; es decir, “soy, en tanto somos”; de igual modo el concepto andino del ‘ayni’: “Reciprocidad circular y complementariedad horizontal”.
Esto nos pone ante un escenario de solidaridad y de transparencia extrema: la honestidad y el sentido de justicia de los movimientos ciudadanos estarán al frente. La conciencia del tiempo lento de la tortuga preverá todas las velocidades. La velocidad de la lentitud se potencia en la profundidad, y de allí salen los saltos cualitativos para sostener una población en el terreno de los derechos.
Los saltos mentales de las fuerzas comunitarias cohesionadas tienden a ser el gran referente en los tiempos del covid-19.
Miguelángel Epeeyüi López-H.
amerindia@hotmail.com
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