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Todo por la familia

Irónico que viaje cuyo fin era supuestamente investigar hechos corruptos dé lugar a un acto abusivo.

Melba Escobar
Que el fiscal Francisco Barbosa aproveche la cuarentena para irse un fin de semana de puente con el Contralor, las respectivas esposas, su hija y la mejor amiga de la niña a San Andrés –cuando se judicializa a quienes desobedecemos la norma de no salir de casa– es una burla a los colombianos. No contento con hacerles un esguince a las normas, lo hace utilizando aviones del Estado. Qué irónico suena que un viaje cuyo propósito era supuestamente investigar actos de corrupción dé lugar a un acto abusivo.
En este país, la doble moral y el abuso de poder de quienes ostentan los más altos cargos públicos son una cachetada constante. El mensaje subliminal es: ‘Lo hago porque puedo’. Los ejemplos son tan numerosos y vienen desde hace tanto tiempo que no vale la pena ni repetir una lista que, con seguridad, cada uno de los ciudadanos tiene en su cabeza. Y ni siquiera porque se la han contado, sino porque hemos visto en persona los atropellos al decoro, la ética y la delicadeza por lo público.
Resulta increíble que la joya de la corona de nuestra doble moral acabe siendo ‘la familia’. Como dijo Francisco Barbosa en su defensa: “Pónganse la mano en el corazón de una persona que más allá de ser fiscal es un padre de familia”. Creemos que la familia tradicional es un organismo que todo lo vale, todo lo justifica. También lo pensaba Pablo Escobar, el ‘patrón de mal’, que no sabemos a cuántos cientos de personas mandó a matar en nombre de los suyos. Y es justamente en la familia en donde se cometen las peores atrocidades, los mayores abusos y maltratos. La lógica tribal nos lleva una y otra vez a darles lo mejor a nuestros parientes –al estilo de la mafia italiana–, y el resto ‘que se joda’.
Así no se puede gobernar. ¿Qué pasará si llega la vacuna contra el covid-19? ¿Se la van a repartir a los congresistas, los ministros, los magistrados, sus familias, amigos, conocidos, en primera instancia? Tenemos gobernantes que actúan como saqueadores, no piensan en el bien común, y no obran más que para favorecer a su círculo más cercano: “Si el objetivo es apedrearme por querer a mi hija, recibo las piedras con tranquilidad”, dice el fiscal Barbosa en un país donde pasa a ser sistemático que algunos de quienes ocupan los altos cargos públicos hayan dejado de pensar en la ciudadanía.
Ante hechos como el señalado, sería ideal que las instancias constitucionales hagan el trabajo que les corresponde. Que los entes de control sancionen de manera ejemplar, que los jueces de la República impongan penas estrictas o que la Comisión de Acusación del Congreso de la República deje de ser el repositorio de denuncias que naufragan entre acuerdos en beneficio de los investigados.
‘Corruptio optimi pessima’, dice la máxima en latín: la corrupción de los mejores es la peor. Esa es la que erosiona la credibilidad en cualquier sistema democrático y deja en la gente la idea de que aquí cualquiera con una pizca de poder está por encima de la ley y hace lo que le da la gana. Y eso va desde el personero municipal hasta el soldado o el policía, para no hablar de quienes están en la élite de la función pública.
Por estos días estoy terminando un libro en el que busco entender qué pasó en la sociedad venezolana para que la dictadura se hiciera cada vez más abusiva y predadora. Pues bien, el comienzo de los males tiene su origen, precisamente, en los abusos de poder de los funcionarios antes de la llegada de Chávez. Así nacieron el hastío y la delincuencia como única forma de supervivencia en un país donde hoy día, la impunidad desgobierna desde el Palacio de Miraflores. Qué ironía pensar que la tan anunciada profecía de terminar pareciéndonos a Venezuela si Gustavo Petro llegaba a ganar las elecciones acabe cumpliéndose por culpa del sinnúmero de abusos cometidos impunemente con la complicidad del Estado.
MELBA ESCOBAR
En Twitter: @melbaes
Melba Escobar
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